Más peligros que el coronavirus
El regreso de la competición internacional en la Vuelta a Burgos, 136 días después de las últimas pedaladas de la París-Niza, llegaba rodeado de expectación. ¿Cómo sería la nueva normalidad del ciclismo en tiempos de pandemia? ¿Cómo se organizaría esa ciudad ambulante en la que se convierte una carrera por etapas? ¿Qué pasaría con un pelotón de más de 150 corredores hiperventilando al unísono? Algunas de estas interrogantes se despejaron este martes en la primera etapa de la ronda castellana, que mostró un ciclismo de mascarillas a juego en los actos protocolarios, de distanciamiento y restricción de público, de saludos con los codos, de geles higiénicos y test preventivos… La salida del equipo Israel con sólo cinco corredores, una vez retirados Itamar Einhorn y Alex Dowsett por haber estado en contacto con un compañero positivo, Omer Goldstein, recordó de arrancada que en esta carrera hay mucho en juego, desde luego mucho más que un resultado deportivo: el futuro inmediato del ciclismo. Los ojos de los grandes eventos están puestos en Burgos. Y toman apuntes.
Todo lo que envolvía a la ronda recordaba que el virus sigue presente, pero una vez que salió la etapa, los corredores hicieron lo que mejor saben: dar espectáculo sobre una bicicleta. El pelotón voló a 42,7 km/h para alzar victorioso a Felix Grossschartner, un austriaco desconocido para el gran público, que ya acabó noveno en aquella París-Niza. El incombustible Alejandro Valverde cruzó tercero. Antes hubo abanicos, un ataque lejano de la perla Remco Evenepoel… Y también caídas. En una de ellas, la más aparatosa, Gijs Leemreize perdió parte de un dedo, que los médicos le están intentando salvar. La imagen del corredor del Jumbo en el suelo, junto al también herido Sebastián Henao, nos refrescó, de repente, que la esencia del ciclismo no se ha perdido… y que hay más peligros que el coronavirus.