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Zinedine Zidane según Frédéric Hermel

Como tantos otros, pensé que Zidane no tenía nada que ganar y mucho que perder cuando apareció al rescate del Madrid, avanzado el curso anterior. El equipo olía a habitación cerrada. Un grupo desganado, que hizo estéril el feo gesto de Florentino de asaltar a la Selección para fichar a Lopetegui, y luego consumió la ilusionada tarea de Solari. Buenos jugadores, pero llenos de títulos, metidos en la treintena varios de los principales. Gente con unas fenomenales carreras, acostumbrados a un estatus cómodo. Hacerse cargo de eso era un marrón. Los primeros resultados así lo acreditaron. Parecía que Zidane iba a entregar ahí lo mejor de su brillo.

Recordemos aquel Kroos indolente, aquel Modric que se quiso ir al Inter, aquel Marcelo que cedió ante Reguilón. Una vez que se fue Cristiano con sus goles se sintieron todos desentendidos, con honrosas excepciones, las más connotadas Sergio Ramos y Benzema. Habrá que hacer una limpia, pensamos todos. Le tocará esa tarea desagradable. Pero no. Reconstruyó el equipo sin su puntal, sin los goles de Cristiano. Poco a poco, recuperó, por ciencia futbolística, bonhomía y autoridad moral, el rendimiento de casi todos, ya saben quiénes son el casi. Juntó el equipo, aseguró la defensa, y repartió los goles entre un número asombroso de jugadores.

En sus tres Champions, Zidane manejó egos, que no es poco, y explotó la terrible capacidad goleadora de Cristiano. Ahora ha edificado un equipo sin él, distinto por fuerza. No le compraron a Pogba, pero se apañó con Valverde. No han hecho nada ni Hazard ni Jovic, pero resolvió sin ellos. Y sin ruido, sin gestos, sin darse importancia. Hace unas cuantas semanas salió la versión en español de su biografía autorizada, obra de Frédéric Hermel, firma de este periódico. Ahí están las claves de este tipo singular, familiar, introvertido, con un punto místico, que se siente protegido por una estrella. Buena lectura de verano para quien desee conocer a este personaje excepcional.