Creta: una experiencia que define a Gattuso
El título copero del Nápoles ha elevado el prestigio de Genaro Gattuso como entrenador: por primera vez se habla ya de él como un estratega de gran futuro, cobrando su actual desempeño una personalidad propia y diferenciada de su pasado como jugador. Rino ya no es aquel centrocampista batallador que se ha puesto a dirigir tras una exitosa carrera para matar el tiempo libre.
Ha demostrado que le apasiona la profesión, que plantea los partidos de forma minuciosa mutando el estilo de su equipo en función de las características del rival, y que es capaz incluso de mediar en entornos conflictivos como el que se encontró en el club partenopeo, sumido en un incendio de proporciones mayúsculas con la plantilla y la propiedad atrincherados en bandos enfrentados. Que ahora el presidente se haga una foto festejando un título con sus jugadores es doblemente noticiable: porque se levanta un trofeo –y cuando se fue Ancelotti eso parecía una quimera– y porque lo hacen juntos los que antes se castigaban y se rebelaban. La gestión ambiental de Gattuso ha estado a la altura de su manejo táctico.
Pero quizá esas virtudes siempre estuvieron ahí, visibles en su empeño, y fuimos nosotros los que no las advertimos porque no supimos ver más allá de la caricatura. Si uno analiza sus números en Milán no son nada malos: son los mejores, de hecho, de los últimos siete años. Rino se fue de la casa en la que más éxito tuvo vestido de corto porque no logró clasificar al equipo para la Champions, pero se quedó más cerca que nadie (a sólo un punto) desde el inicio del declive tras la campaña 12-13. A Gattuso le pusimos en el mismo saco que a los otros intentos de convertir exleyendas milanistas en salvadores de un barco a la deriva: Seedorf e Inzaghi no funcionaron, y al actual técnico del Nápoles se le consideró el tercer capítulo de una misma serie.
Y es que del Gattuso entrenador, antes de Milán, lo que más había trascendido había sido una rueda de prensa como técnico del OFI de Creta en 2014. Unas imágenes casi cómicas en las que interrumpía al traductor para insistir con vehemencia en su petición de máximo compromiso a su plantilla pese a que el club no les estaba pagando los sueldos. Lo interpretamos como un show de un personaje al que no se podía tomar en serio: era el gladiador del campo, el chico del trabajo sucio para que Pirlo brillara, armando el mismo ruido con el chándal de director técnico, alejándose de la elegancia y apostando por cuatro gritos y mucha energía.
En realidad, había en todo aquello algo que ahora podemos valorar con una mejor perspectiva: Gattuso, ganador de dos Champions League y de un Mundial, se fue a la liga griega a dirigir a un modesto conjunto isleño porque quería ser entrenador. Y cuando se dio cuenta de que el proyecto no era como se lo habían contado actuó con una profesionalidad insospechada para alguien que llegaba con su nombre y su palmarés.
Seis años después, ha ganado su primer título y los analistas italianos no descartan que el Nápoles se pueda subir al tren de una Champions que parecía lejanísima cuando asumió el cargo.