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David Silva y la piedra filosofal

Su varita esférica nació en el callejón del fútbol canario, donde acunaron algunos talentos históricos del fútbol español, desde Molowny, pasando por Germán, hasta Valerón. Siempre tuvo un acceso especial en el andén de los elegidos. No conozco ni un solo compañero de equipo ni un solo entrenador que no haya quedado prendado de su fútbol de seda. Quique Sánchez Flores dice que es el mejor de todos los que dirigió. Todos sabemos que el sombrero seleccionador le habría colocado en Gryffindor y también tiene una cicatriz de la que enorgullecerse, la lucha por el nacimiento prematuro de su pequeño Mateo de la que salió triunfal.

Puede que no tuviese el carisma de otros jugadores de su generación, pero es un futbolista que dejó una huella indeleble en Valencia, donde aprendió a sufrir, condición sine qua non para entrar en el olimpo de los elegidos. Marcó una época en la Selección española y, sobre todo, sigue haciendo trucos en el Manchester City, donde su nombre causa veneración. Pocos futbolistas descifran los secretos del último tercio del campo como él. Entre su retirada del equipo nacional y la sanción al City puede que esté dando sus últimos retazos a nivel internacional. Como Iniesta, como Cazorla, como Joaquín, Silva es del fútbol. Seguro que el Santiago Bernabéu, aunque no le haya disfrutado de corrido, sabrá reconocer al Mago si tiene ocasión.