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La culpa es del dinero

Está ocurriendo ya en Inglaterra, y si también sucede allí, donde durante largas décadas la FA Cup tuvo más prestigio que la propia liga, es que el fenómeno empieza a ser preocupante de verdad. Entrenadores de equipos de primera alinean a suplentes, pierden contra oposiciones menores y reconocen luego que quedarse fuera del torneo del KO les supone un alivio porque se quitan de encima una distracción.

Esta manera de proceder atenta contra uno de los principios esenciales del aficionado al fútbol: los sueños de grandeza, la persecución de la gloria. Las copas representan la única oportunidad de aspirar a festejar títulos para esa amplísima mayoría de clubes que no poseen los recursos suficientes para sostener candidaturas reales a 38 jornadas. Para muchas hinchadas, su momento más memorable de toda una vida siguiendo a su equipo llegó en una Copa: cuando levantaron el trofeo contra todo pronóstico o, incluso, cuando se cargaron al todopoderoso gigante que monopoliza espacio y tiempo en los medios de comunicación.

Pero en realidad, no hay que atacar a los entrenadores que desprecian las copas. Ellos no son los culpables. Es la deriva del fútbol actual la que les lleva a tomar estas decisiones. Los premios económicos que reciben hoy en día los participantes en la Champions League o la abismal diferencia en ingresos que hay entre la Primera y la Segunda División llevan a todos los trabajadores de los clubes a tener muy claras las prioridades de las temporadas. Antes no era así: cuando un descenso no comprometía la supervivencia de una entidad, cuando un fracaso en la clasificación para un torneo europeo no destrozaba los planes de negocio a medio plazo de un grupo inversor, el dramatismo y el pánico no se habían apoderado aún de las decisiones deportivas. Incluso veíamos a entrenadores empezar la temporada con un equipo, acabarla descendiendo y continuar en el cargo el año siguiente. Ahora saben que si pisan la zona roja un par de jornadas su trabajo ya corre peligro.