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No recuerdo cuándo fue la primera vez exacta que fui al Bernabéu. Sí recuerdo momentos inconexos. Mi padre diciéndole al portero: "Un abono y dos carnés". Y entrar sin problema a buscarnos la vida para sentarnos. La mofa de los amigos de mi padre porque un día grité sin venir a cuento: "¡Gallego, que eso no es lo tuyo!", el día que aprovecharon mi inocencia para hacerme de Osasuna y me pasé una hora apoyando a los de rojo. O el último partido de Camacho, que coincidió con la celebración de la cuarta Liga de la Quinta del Buitre. Ese día tenía 7 años y la Liga estaba ganada porque vino hasta mi madre.

Ayer decidí pasar ese legado de décadas a mi hija de 3 años y medio. Su primer día. Alguno pensará que es precipitado, pero es que desde hace varias semanas vivo en vilo. Desde que llegó un día del colegio y me soltó: "Papá, somos del Real Madrid, pero cuando sea mayor voy a ser del Atleti". Todos los fantasmas de la paternidad me vinieron de golpe. ¿Qué he hecho mal? ¿Será psicología inversa? ¿La duermo con el vídeo de la Séptima? ¿Qué hago? Miré el calendario, un partido a las 13:00. Perfecto. Llevábamos semanas entrenando.

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Por fin ayer, iba a ser el gran día. La camiseta puesta, la bufanda y un arsenal de gusanitos. Según sube las escaleras, una cara de asombro que no olvidaré nunca. Nos sentamos y me pregunta por qué no aprovechan el césped para poner un árbol de Navidad gigante. Lógico, ha entendido la visión comercial florentinista a la primera. No fue el mejor partido bautismal. Según salen los jugadores, de verde, Greta Thunberg, no te lo perdonaré jamás. Después, un aplauso emocionante a Esteban Granero y un silbido incomprensible a Vinicius. Demasiadas cosas que explicar para un debut prematuro. Y en el minuto 20, después de un inicio de partido algo soso, decidió darle una lección al bobo de su padre echándose una siesta de una hora. Solo se despertó para el gol de Benzema. Igual me sale del Atleti, pero al menos lo intenté.