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Una Supercopa de disparate

Sorprendente en el formato a partido único, estrambótica en su explicación sobre los extranjeros, felizmente acertada con el VAR (el gol de Sarabia) y emocionante en un estadio animado en Tánger, la Supercopa fue, futbolísticamente, un partido flojísimo que dejó conclusiones seguramente equívocas de lo que será la temporada. El Sevilla fue un equipo absolutamente insípido que vivió de un error defensivo del tierno Lenglet para ponerse por delante y el Barça tampoco tuvo nada que ver con el equipo sólido que fue la temporada pasada. Como se escribió en aquel verano de 2011 cuando la Supercopa bronca contra el Madrid, fue un equipo en chanclas al que le bastó un zapatazo de Dembélé, jugador desconcertante que rascó un título que tuvo cierto rango de menor pero que eleva a Messi. 

El argentino ya es el jugador con más títulos de la historia del Barça, 33, y el Sevilla tendrá que arreglar ahora todos los líos que ha querido meter debajo de la alfombra este verano. El penalti de Ben Yedder fue, en el fondo, un resumen de su mar de fondo. Machín y su celebrado esquema están ahí pero el Sevilla lleva muchos años siendo más que un dibujo. Donde ahora asoma su correcto portero, Vaclik, ayer estaba un monstruo llamado Palop haciendo comentarios televisivos. Donde ayer estaba Ben Yedder, antes andaban Kanouté, Luis Fabiano, Gameiro o Bacca. Y donde caminaban esos capitanes para guardar un 0-1 en Turín, Varsovia o Basilea, (Rakitic, Coke, Iborra) directamente no había nadie para presumir de aquel viejo gen ganador del Sevilla. Ya no hay quien lo reconozca.