El VAR nos da mucho, pero mucho nos quita
En un Alsa, dirección Madrid, destino Carrusel. Absorto en la vibración de la carretera, una canción oportuna en el reproductor y la vista perdida a través del cristal. Igual por eso me puede la nostalgia. La de aquellos días del sudor y el barro compartidos, una estampa difusa en estos días modernos.
El VAR ha llegado y eso no es malo, pero me es raro. Nos da mucho, pero mucho nos quita. Por lo menos nos quita el romanticismo, un arte esencial de su espíritu y su enganche. Y esa salsa, la polémica del error, ese que bascula entre el fallo humano y la “conspiración arbitral histórica” que reza que siempre se beneficia al mismo y siempre se perjudica al pequeño.
Con la tecnología se nos van muchas cosas. Es el signo de los tiempos. Nuestro fútbol ya no es el de antes y muchos hemos transitado de uno a otro sin apenas darnos cuenta de lo que perdemos en la evolución. Entrar dos horas antes al campo para coger un buen sitio. La radio de bolsillo, gabardina y puro. El bocadillo de tortilla fría del descanso, el barro y los escudos policiales protegiéndonos en esos diez segundos de carrera al vestuario. El banco corrido y empapado en días de lluvia, el intercambio de banderines casi a diario, las banderas enormes de los fondos que saludaban al equipo local alineado sin nombre en las camisetas y formando del 1 al 11 marcialmente. Las botas de vino para beber por ese gol celebrado con un salto y el puño lanzado al aire, con rabia de hombre de la vieja guardia, quizás con bigotes y melenas pero sin tatuajes de diseño. El álbum de cromos que todo el mundo tenía, las botas negras sin publicidad, la valla que no deja ver pero sí subir, el Carrusel Deportivo del domingo con todos los partidos a la vez salvo el único televisado el sábado.
Al final es un círculo, todo lleva a lo mismo. Antes con la cámara lenta desde un único plano televisivo y ahora con multitud de cámaras ya con la potestad de poder parar el partido, todo en busca de acertar. Porque se trata de eso, de que el árbitro acierte en la mayor medida posible y que nadie se sienta perjudicado ni que lo sea de verdad. A pesar de que el fútbol se nutre también de eso, de lo que no es fútbol pero hace el fútbol. “Lo esencial es invisible a los ojos”.