La mística tortura del Ironman de Hawái
El triatlón nació sin medias tintas. Como una última frontera del deporte. Fue en 1978 en Hawái, cuando un grupo de marines estadounidenses echó el órdago de encadenar 3,86 km de natación, 180,2 en bicicleta y de postre los 42,195 de una maratón. Un desafío que acabó coronando a Gordon Haller como primer campeón después de casi doce horas de lo que los miles de estajanovistas que le han seguido después consideran el gran reto, el genuino. Los fieles del triatlón se movilizarán esta madrugada para seguir la prueba en la que todos sueñan participar. “En la carrera a pie, ves el pomo, la puerta y a San Pedro”, hemos escuchado decir a Iván Raña, que lleva años persiguiendo la victoria. “En distancia olímpica, el ritmo te mata. En un ironman, corres vacío”, describe. Es pura agonía.
El de Kona no es el campeonato del mundo oficial, bajo el paraguas de la Federación Internacional, pero sí el oficioso. Es la culminación del circuito Ironman, pruebas que adquirió Wanda Group (sí, los socios chinos del Atlético) en 2015 por 575 millones de euros. Un negocio que tiene su lugar sagrado en Hawái y que se le resiste a España, una potencia. Eneko Llanos fue segundo en 2008 y Virginia Berasategui, tercera un año después. Iván Raña lo tiene entre ceja y ceja y Javi Gómez Noya, cinco veces campeón mundial en olímpica (1,5+40+10), ha anunciado que lo intentará conquistar en 2018. Jan Frodeno, medalla de oro en los Juegos de Pekín 2008, dio el salto a la larga distancia y va a por su tercera victoria consecutiva. Los grandes no renuncian a la magia de Kona. La mística tortura del triatlón.