Roger Federer se reencuentra y agranda su leyenda en Australia

Federer besa el trofeo Norman Brookes tras ganar su quinto Abierto de Australia

Tomás de Cos

Tras seis meses sin competir por una lesión de rodilla, Roger Federer volvió a tocar el cielo en Melbourne Park. Ante su enemigo íntimo, Rafael Nadal, y en el enésimo duelo épico entre ambos, alzó de nuevo la copa Norman Brookes tras celebrar el triunfo entre lágrimas. Su decimoctavo grand slam, catorce años después del primero (Wimbledon 2003), casi cinco del último (Wimbledon 2012) y cumplidos ya los 35 años, subraya su condición de tenista más grande de todos los tiempos. Es el único con cinco títulos en tres de los cuatro majors: Australia, Wimbledon y Estados Unidos.

El gran clásico del tenis de todos los tiempos, que parecía ya enterrado, volvió a ser un regalo para el tenis que disfrutaron y comentaron millones de personas pegadas al televisor. Después de tantos años de una rivalidad impecable, en la que Roger y Rafa se hicieron mejores mutuamente, es imposible ser seguidor únicamente de uno de los dos. La épica, la poesía y la plasticidad de sus golpes y movimientos volvieron a dejarnos boquiabiertos en numerosas momentos del encuentro. Los viejos rockeros nunca mueren. El 'big four' vuelve a serlo.

Federer ganó porque también tiró de táctica, esa que durante tantos años ignoró, para remontar un quinto set que parecía tener perdido pese a haber llevado el peso del encuentro casi desde el inicio. La historia tantas veces repetida se truncó porque decidió morir matando, sin especular, siguiendo un plan de juego en el que quedaban fuera todos los puntos resueltos en más de 4 o 5 golpes. En definitiva, por ser fiel a su don natural, apoyarse en una potencia renovada (fruto del cambio de raqueta) y un servicio con precisión de cirujano vascular. La hazaña tiene mérito, enfrente estaba una gran versión de su bestia negra.