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Tras la polémica, espera una gran final

Bueno, pues habrá esteladas, por la sencilla razón que yo les explicaba ayer aquí: no hay nada en la Ley del Deporte que justifique su prohibición. El artículo se refiere al racismo, la xenofobia o la homofobia, y no estábamos en el caso. Por eso no me extraña que el juez haya dado la razón a los recurrentes. Lo triste es que el mal está hecho, que el suflé que bajaba ha vuelto a hincharse. A los independentistas se les podría decir que el mismo Estado por el que se han sentido tan agraviados es el que ahora, por vía de otro poder, sin duda independiente, ha resuelto a su favor en un plazo brevísimo.

No sé si esta consideración servirá para esperar de ellos mayor corrección ante los primeros símbolos del Estado (el Rey y el Himno) que en la última final. Ojalá así sea. Ojalá entre los que vengan no esté el bruto que envió un anónimo amenazante a Concepción Dancausa, que se ha apresurado a hacerlo público, con lo que estira un poco más el chicle. En todo esto, me ha encantado la sensatez de José Castro, el presidente del Sevilla, que despejó el asunto de primeras. Le importa el partido, sólo eso. Una final de Copa entre dos equipazos, ganadores respectivos de la Liga y la Europa League.

El buen fútbol lo borrará todo. En el toro se dice que ‘cuando sale el toro, todo el mundo se sienta’, aludiendo a que con el toro en el ruedo se acaban las discusiones. Ya cuento los minutos para que ruede el balón y ver a esos dos equipos en acción. Los dos vienen de celebrar algo. ¿Cuál de ellos estará más saciado? El Barça tiene más, es evidente. Tiene tres delanteros descomunales. Pero el Sevilla tiene fuerza y funcionamiento. En aquella casa hay mucho orden, mucha convicción de que se está en el camino correcto. Viene con el impulso de diez años renovando ilusiones a base de fe y de títulos.