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La tragedia pasa y la ley queda

La tragedia de Heysel, en cuyas gradas murieron aplastados 39 hinchas de la Juventus en los minutos previos a la final de la Copa de Europa de 1985, culminó con una sanción severísima al Liverpool (diez años de exclusión de competiciones continentales, reducidos luego a seis) y a todos los clubes ingleses, pero también supuso el fin de las localidades de pie en los estadios, que favorecían las peleas. En marzo de 1992, una bengala mató a Guillem, de 13 años, en las gradas de Sarrià, donde había acudido con sus padres para ver un Espanyol-Cádiz. El suceso impulsó definitivamente a la Comisión Antiviolencia, creada por Real Decreto apenas dos meses antes sin que casi nadie hubiera reparado en ella. Sucede en el fútbol y sucede en la vida que sólo hay esmero en las vacunas cuando proliferan las epidemias. Pero también es muy cierto que las tragedias pasan y las medidas quedan.

La muerte de Jimmy tras una espantosa pelea casi a las puertas del Calderón, por negligencia de los clubes y de las autoridades, despertó al fútbol de una larga siesta en materia de seguridad. A partir de ahí el Atlético dejó de reír las gracias a sus ultras y los demás, con más o menos dedicación, le siguieron; Antiviolencia recuperó la sensibilidad con el alto riesgo; se rastrearon las entradas entregadas a los seguidores visitantes; la Liga contrató a un exdirector de la Policía; Tebas llevó a Competición los insultos en las gradas para que los primeros en señalar a los violentos fueran los propios clubes, amenazados con multas y cierres; y ya se experimenta con la huella digital para acceder a los estadios. Desde entonces sólo una pelea entre ultras del Atlético y del Oviedo ha roto el alto el fuego. Ya se sabe que la garita tiene buen ángulo de visión. Ahora se precisa que no decaiga la atención del centinela.