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Sin reproches. Se dejaron el alma y pelearon por cada pelota como si fuese la última de sus carreras. El campeón de Europa y del Mundo, que nadie lo olvide, cayó de pie y se negó a entregar la cuchara ante un rival enorme en el trabajo defensivo que, además, se vio favorecido por un gol de Torres al minuto uno de partido. A cualquier otro equipo le pasa eso y se hunde en la miseria. Pero la genética del Madrid le prohíbe agachar la cabeza. Quizás influenciado por el maravilloso recibimiento dado al autobús del equipo en la calle Concha Espina hora y media antes del derbi, con miles y miles de madridistas dejándose las gargantas apoyando a sus héroes, el equipo de Ancelotti reaccionó al mazazo del gol de Torres con 45 minutos primorosos. Intensidad, presión, aperturas a las bandas, anticipación, agresividad sana en los balones divididos, búsqueda de espacios en mitad de un bosque de piernas, pases al área de todos los colores... Lo que hizo el rey de la Décima en esos minutos fue de manual en una situación crítica de remontada que se tornaba imposible (hacían falta cuatro goles y no encajar ni uno más). Buscaron y buscaron. Insistieron e insistieron. Por tierra, mar y aire. Sólo Benzema no parecía enchufado. El asedio al Álamo rojiblanco fue emocionante, con un Bernabéu entregado como en los viejos tiempos que jaleaba cada arreón ofensivo de los suyos como si le hubiese tocado la Primitiva a los 81.084 merengues que llenaron las tribunas.

Minuto 92:48. Cuando Sergio Ramos elevó su cabeza por encima de la pobladísima defensa colchonera y firmaba el 1-1, sentí por un momento que viajábamos hasta Lisboa y ese 24 de mayo que siempre quedará grabado en nuestras memorias. El 1-1 provocó un rugido en Chamartín que hubiera hecho temblar un edificio de 40 plantas. Cristiano, en la noche de su merecidísimo homenaje al dedicar el Balón de Oro (III) a la afición, tuvo dos ocasiones que dejaron ese “uuuuuy” que fue la antesala de lo que pudo ser. Y no fue. Si entra una de esas y nos ponemos 2-1, aquello hubiese sido la locura total. Y en esa locura, todo habría sido posible.

Defensa de acero. Pero Simeone, que tiene sus cosas como todos, ha logrado armar una estructura defensiva que debería ser ejemplo en los clínics de entrenadores. Juanfran, Miranda, Godín y Siqueira se batieron el cobre con bravura y despejaron decenas de balones que iban cargados de intención. Apenas mostraron fisuras. Y así llevan cinco derbis seguidos. Desde la bendita final de Lisboa, los atléticos se han rearmado moralmente y en vez de hundirse por aquel final épico con el gol postrero de Ramos, ya acumulan cinco combates donde no hay manera de tumbarles en la lona. Pero el Madrid no agachará la cabeza. Al final firmó las tablas ante la imposibilidad de consumar el sueño. Pero esto no ha acabado. Nos queda otra revancha el 7 de febrero en el Calderón. Lo bueno es que ahora serán ellos los que vayan de favoritos. La presión cambia de acera. Ahora importan la Liga y la Undécima, objetivos clave para 2015. Pero no me consuela. El Madrid nunca buscará el lado bueno de una eliminación. Yo no lo encuentro.

Futuro. Toca venirse arriba y levantarse con orgullo. Somos el Madrid. Me los recuerdan los amigos de Miranda de Ebro (Peña Hala Madrid), Iluro de Mataró, Esplugas, Hellín, Fuengirola, Linares de Riofrío, Béjar, Calanda y gente tan madridista como don Luis Linares, un señor. ¡Hala Madrid y nada más!