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Mereció la pena por ver jugar a Isco

De repente, el campo aparece sembrado de jugadores rojos derrumbados por el cansancio y la impotencia, mientras, junto a una banda, sus rivales, vestidos de blanco, hacen una piña en la que resalta el verde del portero. Kostic, el espléndido número once de los serbios, acababa de darnos la puntilla justo cuando, ya en el descuento, se rozaba la proeza. Acababa de marcar La Rojita su sufridísimo empate, y de inmediato sobrevino una ocasión que se le escapó a Munir por los pelos. A renglón seguido, el contraataque fatal y todo, cuerpos e ilusiones, por los suelos. No hay duda, España no está en racha.

No fue malo su partido, aunque el gol se retrasó en parte por errores propios. El primero, esa tarjeta a Morata en la ida, de tan graves consecuencias. El segundo, el mal remedio que a eso dio Celades, con una delantera mal hecha hasta que la lesión de Muniain (irreconocible, por otra parte) obligó a recomponerla. Con Sandro de nueve y Munir detrás, España atacó mejor. Tras una primera mitad de control y dominio estériles (encima marcándose gol en propia meta en un contraataque), hizo una segunda mitad muy valiosa, yendo continuamente a más, con Isco en plan estelar, encandilando al público.

Fue maravilloso lo suyo, un fútbol continuo de rara perfección, de control y regate limpios y clarividencia mágica en el pase. Serbia, seria, fuerte y ordenada (nuestro equipo, como les pasa a sus mayores siempre, pareció liviano por comparación), fue dura de pelar. El gol se retrasó hasta el descuento. Y entonces, en medio de la mayor ilusión por la hazaña, que se rozó, sobrevino el desastre. Pena para este grupo, que se queda sin JJ OO, algo a lo que los jugadores dan más importancia de lo que tendemos a pensar. Ya no podrá ser. Por juego y esfuerzo no quedó, pero fútbol es fútbol. Lo dijo Boskov, que era serbio.