El Betis de Calderón y la utopía
No pienso en el descenso, tengo confianza aún en la permanencia. Soy ganador y este sufrimiento me hace feliz, porque fue en el Villamarín donde cumplí mis sueños como futbolista y ahora lo hago como entrenador”, me dijo Gabi Calderón en la entrevista que pude hacerle el viernes, a 10.000 metros de altura, mientras volvíamos del larguísimo y ajetreado viaje a Rusia. Gabi habla con voz muy baja, pero mira más alto de lo que ningún otro técnico ha hecho nunca: salvar 12 puntos de distancia, con 36 por jugarse y en un equipo por cuya fiabilidad no apostaría ni el más lunático, ni siquiera después del gran partido que jugó en la gélida noche de Kazán.
El periodismo es terreno pantanoso, limita directamente con la mentira, pero no fui capaz de adivinar en Calderón ni un ápice de impostura: me pareció un hombre tan inmenso como extrañamente feliz que, es verdad, alcanza en el banquillo de Heliópolis uno de sus mayores objetivos. Ni las pocas horas de descanso hasta el partido de Villarreal, ni la plaga de bajas que sufre, ni la gigante losa matemática que pesa sobre este Betis colista. Nada tuerce el gesto del argentino, que por el contrario ha multiplicado su optimismo tras clasificar al equipo verdiblanco para el primer derbi europeo de la historia. Quizá tenga razón en su utopía, al menos hasta que hoy El Madrigal vuelva a bajarle a la realidad impepinable del descenso. Pero, ¿qué es el fútbol, sino un montón de sueños, de ilusiones imposibles capaces de darnos felicidad en medio de la cruda realidad?