Cuando no puedes arrepentirte

Cuando no puedes arrepentirte

Sin duda el misterio, la belleza y la emoción que envuelven toda aventura son poderosos atractivos incluso –o sobre todo- para quien ni siquiera se plantea acercarse a un lugar que no esté asfaltado. Pero por encima de todo eso, estoy persuadido que el más poderoso imán de la aventura es la certeza que todos compartimos de que no tolera la mentira.

Un día hablando con Bonatti me dijo que no hay peor cosa en la montaña que ser un mentiroso y lo decía con poderosos argumentos, pues había sido víctima de ella durante cincuenta años. Inmersos en la aventura, cada uno acaba mostrando de qué está hecho verdaderamente. Porque cuando escalas por encima de los 7.000 metros de altitud o caminas perdido en medio de un desierto o una selva y tienes un problema serio, lo único que no puedes hacer es arrepentirte: la decisión que tomes es la que te definirá para siempre.

En el trágico accidente de Juanjo Garra en el Dhaulagiri de hace unos días, el sherpa Kenshab Gurung tomó la suya, la de un hombre tan generoso como valiente. Nadie le hubiera reprochado que optase seguir bajando con Manuel González, “Lolo”, en busca de ayuda. De hecho comenzó a bajar pero en un momento determinado lo pensó y se dio la vuelta. Tomo la decisión de compartir la suerte de su compañero de cordada y esperar juntos cerca de los 8.000 metros sabiendo que estaba arriesgando literalmente su vida. La actitud de Kenshab es la última muestra de valor y solidaridad que ennoblecen la historia del Himalayismo, como la que protagonizaron los sherpas de la trágica expedición al Nanga Parbat, que en 1934 decidieron quedarse con sus sahibs y compartir su destino. Cuando pocos años más tarde se descubrieron sus cuerpos estaban al lado de sus compañeros en un último intento de protegerles del frío. Lo mismo hizo Bonatti con su porteador hunzakí Mahdi en 1954 o nuestro compañero Juanjo San Sebastián en la cara norte del K2 con nuestro amigo Atxo Apellaniz.

Hay muchos más ejemplos que desmontan la falsedad de aquellos que nunca echaron una mano a sus compañeros, o les dejaron abandonados a su suerte, y de esto último hay muchos ejemplos recientes como, por ejemplo, el Everest. Otros, literalmente, les traicionaron. Traicionaron su amistad, su confianza, sus valores y la herencia recibida. Estoy leyendo un magnífico libro “Un amigo así” sobre el alpinismo, la amistad, el amor y la muerte de Martín Casariego, en el que recuerda que para Dante la traición era el peor de los pecados, a los que reserva el noveno círculo, el más terrible del Infierno. Quien cruza esa puerta, de la traición y la cobardía, no pueden arrepentirse, como dice el cartel que relató Dante, “pueden dar por perdida toda la esperanza"·.

Creo que en las páginas del alpinismo reciente hay historias donde el egoísmo, la ambición y la cobardía se han mostrado en toda su crudeza. Unas y otras son igualmente aleccionadoras sobre la condición humana. Pero me quedo con los ejemplos de Bonatti, de Juanjo, de Kenshab; esos valores son los que me hacen regresar a esos territorios salvajes, de la Tierra y del alma. Y también seguir confiando en que nuestra especie aún tiene remedio.

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