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Un derbi que ya no existe

Pocos episodios retratan mejor el deterioro institucional del Atlético que su abandono reciente en los derbis, su pánico patológico, su pose acomplejada ante quien jamás agachaba la cabeza. Lo que la historia relata como una enemistad de igual a igual, la modernidad ha convertido en una crónica de abuso y sumisión. De futbolistas que tratan al Madrid como un enemigo de otra Liga. De técnicos que en esa casa reducen el partido mayor a uno cualquiera, tres puntos más (o menos). De dueños que posan sonrientes con la camiseta del otro. De tipos que miran a los atléticos y se parten de risa. De hinchas que buscan rival digno para derbi decente. De un equipo que asusta y gana y otro que se rinde y pierde, que, en vez de combatir de frente su mala racha, todo lo más busca una coartada con la que rodearla.

Hay razones poderosas que sujetan el pesimismo rojiblanco, el dos en la quiniela, mil y una excusas sobre las que acomodarse. Hasta Simeone, que al menos sí sabe que se trata de una cita con valor temporada y paso a la posteridad (más hoy, cuando el que un día fue eterno rival se juega la vida y la Liga) fue incapaz como jugador colchonero de ganar alguna vez a su vecino. Hay niños, los nacidos en este siglo XXI, que no han visto jamás ganar al Atlético contra el Madrid. Hay padres que ya ni se acuerdan. Hay gente harta, cansada de esperar, que se pone otra vez en lo peor. El derbi como tal se ha perdido. Ya no existe. Y se le echa de menos. Del Atlético, de su cabeza, su valor y su vergüenza, depende que vuelva alguna vez.