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Un trago en el fin del mundo

De vez en cuando algunos personajes históricos regresan del reino de las sombras como queriendo recordarnos su permanente actualidad. Uno de ellos es el famoso capitán Scott por el nuevo libro de su feroz crítico Roland Hunford, (que ya había desvelado en el anterior que su señora estaba de devaneos poco elegantes con el competidor noruego Fridjotf Nansen) del que ya hablaré en otra ocasión, pero ahora le toca a su compatriota, Ernest Shackleton, a decir verdad un personaje mucho más grato y ejemplar para un servidor. Y todo debido a un buen trago de whisky que debía saberle a gloria. Y con la mayor reserva de hielo del planeta a la puerta.

Un equipo de arqueólogos neozelandeses encontró en 2006 unas cajas atrapadas en el hielo en su fallido intento de llegar al Polo Sur Geográfico entre los años 1907 y 1909. Pero no ha sido hasta este año cuando han podido extraerlas del hielo y llevarlas al museo de Canterbury, ubicado en Christchurch, una localidad a unos 300 km de la capital neozelandesa. Para desgracia de algunos amigos, amantes de los espirituosos, jamás se harán con ellas pues, tras analizar su contenido, volverán a su reposo en el hielo antártico. Pudiera chocar que unos exploradores se llevasen tan nutrida vitualla de alcohol, pero aquellas aventuras suponían pasar meses y meses aislados del mundo, atrapados en el hielo, soportando la interminable noche polar y una forzada convivencia. Eran hombres de otra pasta, en los tiempos de esplendor del imperio británico, y parecen auténticos personajes extraídos de las novelas de Kipling, donde "cada hombre es un rey". Del Everest a los Polos, pasando por selvas y desiertos, se enfrentaron a territorios salvajes y misiones imposibles, con un coraje, una moral y un estilo, típicamente británico. Ahora nos resulta sorprendente ver aquellas viejas fotografías, con sus chaquetas de franela, sus chalecos de lana y sus largas bufandas, fumando en pipa a siete mil metros o comiendo codornices estofadas y bebiendo champán y whisky. Tanto como sus aptitudes físicas, el carácter de sus compañeros era algo prioritario para Shackleton a la hora de elegirlos, clave de todas sus expediciones. La capacidad de sus compañeros y su brillante liderazgo, hoy ejemplo en tantos sitios, ayudaron a que todos volviesen con vida de aquella expedición que se quedó, a tan sólo 160 km de alcanzar el Polo Sur, adonde llegaría Amundsen dos años después. Shackleton le escribió a su mujer que había preferido retroceder y volver a ella antes como "un burro vivo y no como un león muerto".