NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

La libertad de poder elegir

No hay charco en el que no te metas", le espetó un amigo a Fernando Savater, según él mismo ha confesado en la reciente presentación de su libro Tauroética. Quizá por ello le tenga un especial aprecio pues algo parecido me solía decir mi madre. Y también porque todo lo que escribe, ya sea sobre ética, la aventura en África o las carreras de caballos, siempre te pone el cerebro a trabajar. El caso es que el último charco en el que se ha lanzado el bueno de Savater es de los que provocan muchas salpicaduras, a juzgar por todo el revuelo levantado a raíz de la decisión del parlamento catalán de prohibir las corridas de toros. En este opúsculo recoge artículos y reflexiones sobre el mundo de la tauromaquia visto desde la perspectiva de la Ética, concretándolo en las relaciones entre humanos y animales y "la diferencia esencial entre los miramientos que debemos tener con ellos y las obligaciones éticas que tenemos con los humanos", según sus propias palabras.

Leyendo estas declaraciones en la noticia de la presentación del libro de Savater, me ha venido el recuerdo de una película sobre la génesis de una de las obras maestras del cine: Ciudadano Kane. Se trata de RKO 281 y en ella se dramatiza una tempestuosa cena entre Orson Welles, entonces un joven genio del teatro y la radio, al que un gran estudio como RKO había contratado para que hiciera su primera película en Hollywood, y William Randolph Hearst, un todopoderoso magnate de la prensa estadounidense. La conversación derivó hacia la experiencia que había tenido Welles en España asistiendo a corridas de toros.

E l joven creador se lanzó a encomiar con pasión el valor de los toreros, su fascinación por la liturgia de la lidia y el drama real que se vivía en un ruedo. La respuesta de Hearst fue que para él la crueldad con los animales es la peor de todas las que puede cometer el ser humano. Y lo decía el tipo que había inventado la prensa amarilla, especializada en destrozar reputaciones y vidas, y el incitador de la entrada de EE UU en la guerra de Cuba para vender más periódicos. No hace falta ser taurino -de hecho, el libro usa el debate sobre la prohibición de los toros sólo como pretexto- para estar con Savater en que no hay que confundir la sangre del toro con la del hombre; que lo verdaderamente decisivo es defender la libertad individual del ciudadano, la capacidad de elección, rebelarse ante los que quieren dictar cuál debe ser la moral imperante que todos debemos acatar.