Una tierra de hielo y fuego
Los cataclismos son la forma que suele tener últimamente Islandia para colarse en nuestras vidas. En 2008 fue una catástrofe económica la que convirtió a este jirón de tierra en el Atlántico Norte en protagonista de portada cuando su bolsa cayó un 77% en un solo día, sus tres principales bancos perdieron prácticamente todo su valor y el Estado se vio abocado a la quiebra. Y, ahora, cualquiera que se acerque a un aeropuerto europeo lo hace pensando en Islandia y sus volcanes de nombre impronunciable y generadores de terribles nubes de ceniza capaces de paralizar el tráfico aéreo en miles de kilómetros alrededor. Pero, más allá de las catástrofes puntuales, Islandia es un territorio de fascinante historia marcada por una naturaleza salvaje donde luchan a brazo partido el hielo y el fuego. Recorrer su interior es hacerlo por un territorio de desolación lunar cubierto por oscuros desiertos de cenizas y gigantescos glaciares que se ven horadados por el fuego que llega del subsuelo. Se forman así unas increíbles cuevas de cristalinas paredes que son una atracción irresistible para los espeleólogos, a pesar de los riesgos que encierran, desde derrumbes a salas llenas de gases tóxicos.
Islandia emerge del mar sobre la dorsal mesoatlántica, allí donde se encuentran la placa tectónica norteamericana y la euroasiática, lo que provoca una convulsa actividad volcánica y geológica que literalmente está desgarrando la isla. Ese furor incandescente del centro de la Tierra sigue modelando el paisaje islandés, abriéndose paso entre el hielo y la nieve. Es el poder de la naturaleza primitiva que nos recuerda el temor y la atracción ancestral de nuestra especie por los volcanes y los glaciares. Es la fascinante demostración del poder de la creación y destrucción. Todo en la naturaleza de esta isla es brutal, como si asistiéramos al inicio de nuestro planeta. Hasta ese lugar remoto e inhóspito llegaron los vikingos, sus primeros colonizadores. Y desde Islandia se lanzaron en sus drakkar a cruzar el océano para llegar a un nuevo territorio que hoy es Terranova. Así pues, los vikingos fueron los primeros europeos en pisar tierra americana, aunque no lograron hacer de su ruta una experiencia permanente y murió en sí misma. La pequeña Islandia, grande por su naturaleza de hielo y fuego y por su historia, es, pues, una parte substancial de nuestro ser europeo que merece algo más que un recuerdo en una sala de espera. Nos demuestra nuestra fragilidad. Nuestra especie gestiona mal el éxito y la abundancia y por eso son buenas las crisis, pues nos hacen tomar conciencia de lo que realmente somos. Islandia nos lo recuerda cíclicamente con sus volcanes.
Sebastián Álvaro, creador de Al Filo de lo Imposible