La resistencia no tiene límites

La resistencia no tiene límites

Stefaan Engels es un corredor belga que corre todos los días una maratón. Mejor dicho, el equivalente a una maratón. Porque él no sale en ninguna carrera, no compite, simplemente corre 42,195 kilómetros a su ritmo, a unos seis minutos el kilómetro, por lo cual viene a emplear algo más de cuatro horas en el recorrido. Así seguirá hasta que complete 365 días seguidos corriendo la distancia. ¿Una barbaridad? Articularmente, quizá; muscularmente, ya veremos. Aeróbicamente posible sí es, porque la resistencia no se agota, no tiene límites. Igual que la velocidad sí los tiene, el umbral de resistencia en el hombre es amplísimo. Tal es así que hay ultramaratonianos que han superado los 300 kilómetros en 24 horas.

La resistencia del hombre viene, además, de muy atrás. Es ahora cuando se va perdiendo; antes el hombre se ponía a correr y no paraba. El atletismo de competición moderno parte precisamente de los desafíos de los nobles ingleses, que ponían a sus mensajeros a correr para ver quién tenía al más rápido pero sobre todo resistente, pues las distancias que había que cubrir eran largas. Los mejores eran liberados de sus menesteres y nacieron así los footmen, cuyo trabajo pasó a ser el de entrenarse a diario con sesiones tremendas: diez kilómetros al levantarse y cinco después de desayunar, sesión que se repetía por la tarde. Y es que cuando no se tiene otra cosa que hacer y las facultades ayudan, se pueden hacer barbaridades.