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La leyenda del rey pirata

Las aguas del puerto de La Coruña acogieron el principio de una historia que luego se teñiría de leyenda para agitar la voluntad y los sueños de un puñado de hombres de mar que izaron la bandera negra en sus barcos y se lanzaron a la caza, a sangre y fuego, de un futuro mejor. Según plantea Colin Woodard en su libro La república de los piratas, recientemente publicado en España por Crítica, la edad dorada de la piratería, que apenas duraría diez años -entre 1715 y 1725- no comenzó de cero. Los Belamy, Barbanegra, Vane o La Buse construyeron su sociedad pirata guiados por la figura, erigida en leyenda, de Henry Avery, un "rey pirata" del que se decía había guiado a su tripulación desde la mísera existencia de marinero de su graciosa majestad británica hasta una existencia de lujo inimaginable en un reino pirata bajo su dominio. Sus peripecias provocaron ya en su tiempo obras de teatro y novelas de enorme difusión. Todo comenzó hace poco más de tres siglos. Entonces, Avery arribaba al puerto de La Coruña como primer oficial en una escuadra corsaria inglesa que tenía como misión comerciar con las colonias españolas y saquear barcos franceses en el Caribe, gracias a patentes de corso libradas por el rey español. Pero los ingleses se toparon con la proverbial agilidad de la burocracia hispana. Cuando ya llevaban cuatro meses anclados y sin señales de las patentes ni de los sueldos prometidos, muchos marineros comenzaron a desesperarse.

Y unos pocos, liderados por Avery, a buscar una solución. En un audaz golpe de mano se hicieron con el control del Charles II y salieron a toda vela del puerto coruñés. "Estoy en manos de la fortuna y debo buscarme sus favores", le dijo Avery al depuesto capitán de la nave antes de dejarlo libre. Se dirigieron hacia el Índico para abordar naves y asaltar poblaciones, pero esta vez para su propio provecho. Un rastro de terribles desmanes fue marcando su paso por las costas índicas. La captura de un navío mercante que pertenecía al emperador mogol Aurangzeb fue su golpe más audaz y fructífero, después del cual se repartieron un asombroso botín y buscaron distintos rumbos. Poco después las tabernas de los muelles ingleses se poblaron de historias sobre Avery y sus hombres. Entre pinta y pinta, contaban y no acababan sobre la regalada vida de Avery, quien se habría casado con la nieta del emperador, que viajaba en la nave apresada. Juntos reinaban en su opulento reino pirata situado en algún remoto puerto de Madagascar. Parece ser que la realidad no fue tan idílica. Como muchos de sus compañeros de aventura, Avery regresó a Inglaterra, donde consiguió esquivar la horca pero no una triste muerte en la más absoluta indigencia. Pero la semilla de su leyenda ya estaba sembrada en el corazón de tantos desesperados marinos que vieron en la piratería una vía de escape a una cruel vida de golpes, enfermedades y miseria.

Sebastián Álvaro es director de Al Filo de lo Imposible.