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El nuevo antiguo'Gran Juego'

Decía el escritor norteamericano Ambrose Birce que la guerra es la forma que tiene Dios de enseñarnos geografía. No debían ser muchos los que sabían situar en el mapa Osetia del Sur o Abjazia antes de que se colase en los medios de comunicación la intervención rusa en Georgia para apoyar a los separatistas de esas dos regiones caucásicas. Más allá de las anécdotas iluminadoras, lo cierto es que nuestro mundo parece contemplar estos acontecimientos con una tranquilidad que se compadece mal con la importancia de Asia Central en la política mundial. Este nuevo movimiento en el tablero del Gran Juego, como lo definió Rudyard Kipling en su inmortal novela Kim de la India, es un paso más en el duelo que mantienen en esta parte del mundo las grandes potencias y que comenzó allá por el siglo XIX.

Algunos de los contendientes no han cambiado: una Rusia aupada por el petróleo y las materias primas que resurge de las cenizas de la URSS, o una China, entonces en decadencia y ahora en imparable crecimiento, camino de convertirse en la nueva potencia hegemónica en la zona. Por el contrario, la potencia imperialista británica, dominadora de todo el subcontinente indio, ha sido sustituida por los Estados Unidos. Además, nuevos contendientes: el ascenso de India, lanzada al liderazgo de la nueva sociedad de la información, o el inestable y nuclear Pakistán, probablemente la pieza clave del Gran Juego en este momento. Lo que no cambia es el tablero donde juegan desde hace siglos: un rompecabezas de etnias y culturas (de los pastunes a los afganos pasando por tayikos, kirguises, uzbekos o kazajos, entre otros) aferradas a un territorio duro, cruel, que ha modelado sus gentes y los ha convertido en indómitos y un dolor de cabeza para las potencias que los han intentado domeñar. Sólo Alejandro Magno, (el primero en realizar Juegos Olímpicos, a favor de los dioses del Olimpo, en Asia), pudo unificar aquel mosaico .

Rusos, británicos y norteamericanos, saben lo que cuesta mantener su presencia en esa tierra. La historia que se escribe en las salas de mapas de los cuarteles generales suele enterrar la micro historia, la de los que la sufren y casi nunca la protagonizan. Acabo de regresar de esa zona y he comprobado sus efectos en la vida de sus habitantes, ajenos a los intereses que se cocinan en el Pentágono, Moscú o Pekín. La gente que labra la tierra al sur del Karakorum, los niños que tejen las alfombras que se venden en Bujara o Peshawar, los que venden telas en los bazares de Kabul, Damasco o Samarcanda. Los que llevan sus productos al mercado de Kashgar. Nombres fascinantes que nombraba Marco Polo. Los seguimos recordando, pero la vida de sus gentes apenas ha mejorado. ¿Y si el Gran Juego hoy consistiera en arreglarles, por una vez, la vida? Lo sé: soy un ingenuo.

Sebastián Álvaro es director de Al filo de lo Imposible.