Históricas compañeras de viaje
Muy rara vez nos vemos las caras, pero en cualquiera de nuestras ciudades se calcula que son cinco por cada uno de nosotros, señal inequívoca de que estamos perdiendo en una guerra que nos enfrenta desde hace siglos. Yo mismo acabo de toparme con un puñado de ellas en un glaciar perdido en el Karakorum (en la imagen), a unos 5.000 metros de altitud. Y mira que lo hemos intentado todo, desde rogativas y esotéricos flautistas a todo tipo de venenos. Pero son inteligentes, muy inteligentes. Y la piedad no es una de sus cualidades, así que siempre es el más débil del grupo el encargado de probar un nuevo alimento. Los demás esperan. Si muere, nadie más probará el traicionero manjar y además todos recordarán el olor del veneno. Es más, pareciera que nos hayan utilizado para su particular colonización del mundo desde su Asia original.
A Europa llegaron con los cruzados que habían peleado en Tierra Santa. Y en su pelo traían unos piojos infectados por la bacteria de una epidemia que, entre 1347 y 1351, acabó con la mitad de la población de Europa, la Peste Negra. Como negra era la rata que la había traído. Este dramático episodio es uno más de los que han protagonizado estos tan pertinaces como dañinos compañeros de viaje en el devenir de nuestra especie sobre el planeta Tierra, que nos debiera hacer reflexionar sobre si nos merecemos tanto como creemos el por otro lado auto otorgado título de "rey de la Creación". Las ratas tienen también una fisiología asombrosa: su sistema digestivo digiere casi cualquier cosa ayudándose de una dentadura que desesperaría al colegio de dentistas, pues crece permanentemente y es capaz de perforar casi cualquier superficie, incluyendo algunos metales. Son inmunes a infinidad de bacterias y poseen memoria muscular, algo así como un sexto sentido que, les permite moverse con rapidez y seguridad en la más absoluta oscuridad.
Después de diez años de pruebas nucleares en el atolón de Enewetok las ratas sobrevivieron sin alteraciones. Nuestra actuales compañeras llegaron allá por el siglo XVIII en los mercantes provenientes de Oriente y en los barcos de exploradores y mercaderes. Se extendió por el resto de los continentes apoyándose en su increíble tasa de reproducción asociada a una vida sexual breve pero intensa que, de todas formas, más de uno envidiará: la hembra entra en celo unas siete veces al año y, durante unas seis horas llega a copular hasta 200 veces. El resultado: una pareja puede tener al año 15.000 crías. Pero no todo han sido pestes y cosechas arruinadas en nuestra relación con estos roedores asombrosos. Debemos señalar que también las hemos sabido usar en nuestros experimentos y los sueros y vacunas que nos han salvado de nuevas pandemias. "Quid pro quo" que diría Aníbal el Caníbal.
Sebastián Álvaro es director de 'Al Filo de lo Imposible'.