El Barcelona recuperó la figura del vicepresidente deportivo dos años después del adiós de Sandro Rosell, que lo ocupó hasta que sus desavenencias con Joan Laporta le animaron a plantarle. Es decir: mientras el equipo ganaba, la vicepresidencia en cuestión no era necesaria; ahora que van mal dadas sí lo es. En realidad, se trata de un brindis al sol: el Barça sí tenía vicepresidente deportivo; es Johan Cruyff. Laporta puso en el cargo a un buen amigo suyo, Marc Ingla, que se ocupaba del márketing y es un delicioso analfabeto futbolístico. De él se recuerda esta anécdota: preguntado por el portero turco Rüstü (primer fichaje de la etapa Laporta), manifestó: "No sé quién es, no le conozco". Rüstü había sido una de las figuras del Mundial-2002, donde su selección conquistó una histórica tercera plaza.
El nombramiento hay que contemplarlo desde el nerviosismo (en un afán de controlar mejor el vestuario y como un cierto desaire a Txiki Begiristain) y en clave electoral. Laporta hubiese preferido darle al cargo a su más íntimo, el también vicepresidente Godall. Pero eso hubiera excitado los ánimos de Ferran Soriano, también vice y jefe de las cuentas, y con afanes sucesorios confesados. Ingla se lleva bien con todas las facciones de la junta; el tiempo y Dios dirán. Claro que en clave sucesoria, ojo con Ferrer, posible delfín tapado, adinerado avalador de directivos y hombre de confianza de Oriol Pujol, el emergente hijo de Jordi. Barça y política. ¿Les suena?