Vivir por encima de los sueños
Buscó El Dorado, cinco siglos después de que lo hicieran los conquistadores españoles, y lo que su hijo denominaba, un tanto crípticamente, "las respuestas de la vida". No es seguro que las hubiera encontrado cuando la muerte llamó a su puerta hace unos días. Pero lo que sí había encontrado Gene Savoy fue una serie de importantes hallazgos arqueológicos pertenecientes a culturas pre incaica e inca, como por ejemplo la ciudad de Vilcabamba. La selva ya no verá más a este peculiar (extravagante para algunos) explorador a la vieja usanza tocado con su inconfundible sombrero y un mostacho tan poco modesto como su personalidad. Creador de su propia religión, Savoy nunca le hizo ascos ni a que le llamaran el Indiana Jones real ni a cobrar a exploradores y arqueólogos a cambio de dejarles que le acompañaran en sus expediciones, ni a bruñir sus hallazgos con una capa de dorada épica que le hiciese brillar un poco más ante el gran público.
La historia de la arqueología está trufada de peripecias extraordinarias protagonizadas por una pléyade de buscadores dispuestos a desafiar lo desconocido demostrándonos que la aventura también es posible cuando de lo que se trata es de adentrarse en los territorios del pasado. Se movían en una frontera que separa al vulgar caza tesoros del estudioso tenaz dispuesto a todo por desvelar el misterio enterrado de nuestra memoria como civilización. No hay nada más que recordar a los piratas del Odisea expoliando los galeones españoles para entender esta cuestión.
A sí un compatriota de Savoy se adentró en la selva yucateca en busca de vestigios de la cultura maya. Más en concreto, de todo lo que tuviera adherido oro y joyas. Conocedor de la tradición de esta cultura de honrar a sus dioses arrojando ofrendas en los cenotes (afloramientos de agua que forman parte de una vastísima red de cuevas inundadas bajo la superficie de la península de Yucatán) no se le ocurrió otra cosa que drenarlos.
En Asia Central nos podemos encontrar con hombres de la talla del británico Aurel Stein o el sueco Sven Hedin, uno de los pioneros en explorar el Tíbet y el Taklamakán. Hedin, simpatizante nazi, al parecer introdujo la esvástica en Europa. Ambos son todavía hoy acusados por las autoridades chinas de expolio cultural. En el Sahara, el explorador húngaro Almasy, sobre el que está inspirada El paciente inglés, fue colaborador de alemanes y aliados durante la II Guerra Mundial ofreciéndoles valiosos conocimientos y experiencias para introducir espías en el valle del Nilo. Y, sin embargo, nada de eso los hace menos grandes ni sus descubrimientos menos importantes. Simplemente, estos aventureros, como cualquiera de nosotros, fueron humanos, mortales y contradictorios. Vivieron la época que les tocó vivir, con mayor o menor fortuna. Y, como nosotros, muchas veces se equivocaron.