Sir Raleigh y David Beckham
Al hilo de la reflexión que hacía la semana pasada, me topé con un personaje excepcional que deshace con un gesto la alambicada estampa que nos contaron sobre aliados tradicionales y pérfidos enemigos, como los ingleses del siglo XVI. Me vino el ejemplo de David Beckham, el jugador del Real Madrid que, paradojas de la vida, mejor representa la furia española. Después de respetar en silencio las decisiones del entrenador, más bien discutibles, el comportamiento de su club, poco elegante, cuando le ordenan salir al campo no se le ocurre otra cosa que cumplir lealmente y salvarles la cabeza a ambos. Me malicio que el ejemplo de David no es sino una prueba de la ancestral desconfianza hispano-británica, forjada por una historia común escrita a base de cañonazos y tratados entre potencias enfrentadas por el dominio del mundo. Pero por entre las nubes de pólvora y los poderosos reyes navegaban tipos de una pieza, que sabían reconocer los méritos de un buen enemigo . Este fue el caso de dos grandes navegantes: Sarmiento de Gamboa, leal súbdito de su católica majestad Felipe II, y sir Walter Raleigh, marino al servicio -en un amplio sentido de la palabra, pues iba desde la regia alcoba hasta las inmensidades océanas- de Isabel I.
El primero fue hecho prisionero por el inglés, en el Atlántico, cuando regresaba a España a buscar ayuda para un grupo de colonos que él mismo había desembarcado en la inhóspita Tierra de Fuego y que murieron poco después de hambre, enfermedades y calamidades varias. Raleigh se llevó a su prisionero a Inglaterra donde le alojó en su casa. Entre ambos se forjó una sólida amistad como sólo puede surgir entre hombres que comparten una pasión, en este caso la aventura del mar. Eran tipos muy parecidos. Sarmiento fue el primero en valorar en toda su dimensión la importancia estratégica del Estrecho de Magallanes. Sir Walter fue explorador, buen navegante, aunque no tanto como Sarmiento, cortesano, poeta, y hasta químico. Dicen que se enamoró perdidamente de Isabel y por su amor se dedicó a luchar contra los católicos. Pasó a cuchillo a 600 de una tacada. Por amor quiso conquistar para su reina un imperio más rico que el hispano. Pero, ¡ay!, la reina se enteró que tenía amoríos con una de sus damas y le encarceló. Para entonces ya estaba obsesionado con la leyenda de El Dorado (¿se lo habría contado Sarmiento?) y realizó una expedición a Guayana. No consiguió nada, pero siguió enfrentándose, con desigual fortuna, a los españoles: en Cádiz salió malherido en las piernas. Además murió su reina y el nuevo rey le mandó, nuevamente, a la Torre de Londres, está vez durante trece años. A pesar de todo siguió siendo leal a su soberano. Organiza otra expedición contra los españoles que le derrotan en Santo Tomé. Cuando regresa a Inglaterra, con un sólo barco y su prestigio por los suelos, el rey Jacobo manda que le corten la cabeza. Los reyes y los entrenadores es lo que tienen cuando se enfadan. Así que no sé ustedes, pero un servidor piensa ir al Bernabéu a ver el último partido de David y cuando se despida de nosotros, como el caballero que es, pienso hacerle una reverencia y decirle: "Hasta siempre Sir Raleigh".
Sebastián Álvaro es director de Al Filo de lo Imposible, de TVE.