Cuando el vestuario es una bomba

Cuando el vestuario es una bomba

En el vestuario de cualquier equipo profesional hay una serie de códigos que aunque no están escritos todos respetan. Cuando eso no pasa, también en todas las casetas hay un jefe que pone las cosas en su sitio. No es una norma universal que ese capo deba ser el capitán. En ocasiones los futbolistas le dan el brazalete virtual a quien tiene más experiencia y más sentido común, virtudes que suelen ir parejas. Zidane, por ejemplo, es capitán de Francia porque allí nadie le discute ese liderazgo.

Me pega que Kahn, al que de hecho le quitaron el brazalete para dárselo a Ballack, no tiene el poso de Zidane. Y entonces se rompe otro código del vestuario que hace peligrar el grupo: si humillas así y encima mandas al banquillo a una vaca sagrada es mejor que no se entere nadie. Me refiero a que hay que sentarlo sin publicidad ni ruedas de Prensa y, a ser posible, siempre después de una actuación notable y nunca tras otro partido malo o una racha insufrible. Porque los códigos también dicen que las estrellas jamás aceptan ni su declive ni la fecha de su retirada. Cuando se rompe una de esas finas líneas, el vestuario es una bomba.