Nuestra especie equivocada
La Isla de Pascua, o Rapa Nui en la lengua de sus primeros habitantes, ha merecido estos días una atención especial de los medios por un estudio publicado en la revista científica Science. Da cuenta de unos trabajos en esta isla del Pacífico oriental, famosa por sus gigantescas estatuas, moais. Afirma que la colonización fue protagonizada por polinesios en torno al año 1200, y no en el 800 como se consideraba. Una corrección cronológica que trasforma la visión de lo que allí ocurrió y nos pone ante lo peor de nuestra especie. Desde que el navegante holandés Jakob Roggeveen descubrió esta isla para occidente en 1722 y la bautizó como Isla de Pascua, los estudiosos se preguntaban sobre qué clase de locura suicida atrapó a sus habitantes para acabar deforestando y destruyendo aquel paraíso.
Según los resultados de este estudio, no hubo ataque de locura sino una muestra más de nuestra voracidad y poco seso con la naturaleza. La destrucción de palmeras que cubrían la isla comenzó nada más llegar los primeros colonos. Con ellas transportaron las monumentales cabezas, hoy el único vestigio de su cultura. La llegada de los occidentales terminó de consolidar el colapso demográfico.
E n muchos viajes he encontrado ejemplos semejantes. Los valles nepaleses en torno al Everest o el Annapurna son ejemplos de deforestación por la necesidad acuciante de combustible. Las plantaciones de algodón en el Xinjiang chino, al borde del Taklamakán, o la especulación urbanística que está acabando con los últimos valles del Pirineo son suicidas. Cuando le preguntaron al creador de la sociobiología Edward O. Wilson su opinión acerca del marxismo respondió: "Bonita teoría, especie equivocada". Ejemplos como el de la isla de Pascua confirman que la opinión de Wilson también vale en lo que respecta a nuestra relación con el planeta: nos empeñamos en seguir equivocándonos. Un error que podremos pagar tan caro como los habitantes de Rapa Nui.