Iván Campo no era el terrible

Iván Campo no era el terrible

Iván Campo dejó el Real Madrid por una crisis de ansiedad que le sobrevino por razones deportivas y extradeportivas. Entre las primeras influyeron los pitos del Bernabéu, que nunca ha aprobado los centrales de arabescos. Entre las segundas, las no deportivas, básicamente su enfrentamiento con el núcleo duro del vestuario que por entonces integraban Hierro y Raúl. Esa tensión desembocó un día en una encerrona en los baños de los vestuarios del Madrid al que la troika echó en cara su apoyo humanitario a un proscrito de las vacas sagradas: Nicolas Anelka.

Campo se enfrentó al poder establecido y se convirtió en paladín de Anelka, a quien algunos rechazaban. Esa bronca, que no trascendió públicamente como la que tuvo con Seedorf en Tokio, fue definitiva en su marcha. Iván plantó cara, como hizo un día en Mónaco el mismísimo Zidane cuando pidió, como se hacía en la Juventus, que las primas se votaran a mano alzada. Pero en el vestuario del Madrid la única votación (promovida por Figo, por más señas) que se ha hecho en los últimos años fue si ir o no al Ayuntamiento a celebrar la Liga. Ganó el no, pero al día siguiente todos desfilaron ante Gallardón. Todos... menos Ronaldo y McManaman, que se quedaron dormidos confiados en que el resultado de la votación era sagrada.