Los jueces pierden credibilidad

Los jueces pierden credibilidad

Benjamín Bango, nuestro juez en la final de gimnasia en Atenas, reconoce su error en la puntuación que otorgó al coreano Yang-Tae-Yong. Este error motivó que el estadounidense Hamm se proclamara campeón olímpico en medio de uno de los mayores escándalos que se conocen. Cómo sería que la final estuvo interrumpida durante diez minutos por la bronca que montaron los espectadores tras conocer la puntuación del coreano. Tan clamorosa injusticia obligó al presidente de la Federación Internacional de Gimnasia a pedir que Hamm devolviera la medalla de oro y el asunto acabó hasta en el Tribunal de Arbitraje Deportivo, que falló a favor de Hamm, después de que EE UU se gastara 300.000 euros en su defensa.

Un error, como reconoce haber tenido Bango, se puede admitir, pero ¿tres? ¿Cómo se pueden equivocar los tres jueces a la vez? El gran problema es que los extravíos de los jueces comienzan a ser frecuentes, no sólo en gimnasia sino en cualquier deporte donde ellos deciden la victoria. No hay más que recordar lo ocurrido en los Juegos de Salt Lake City cuando una juez francesa cedió ante las presiones de Tokhtakhunov, capo de la mafia rusa, para que favoreciera a la pareja rusa de patinaje artístico a cambio de que su colega rusa votara al alza a la francesa en danza. En natación sincronizada también han sido denunciadas arbitrariedades de los jueces. Mala cosa que evidencias y sospechas hagan perder la credibilidad en los jueces.