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Resuelven el misterio de las momias de hace 4.000 años con aspecto moderno

Una investigación concluye que los cuerpos descubiertos en el desierto de Taklamakán (China) pertenecen a una población indígena local genéticamente aislada.

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Resuelven el misterio de las momias de hace 4.000 años con aspecto moderno
Wenying Li Instituto de Arqueología y Reliquias Culturales de Xinjiang / Nature

A principios del siglo XX, los arqueólogos descubrieron cientos de curiosas momias datadas entre 2000 a.C. y 200 d.C. en lo que hoy es el desierto de Taklamakán, al oeste de China, “uno de los lugares más hostiles de la Tierra”, según explica en la revista Nature la arqueóloga Alison Betts, de la Universidad de Sydney (Australia). Se encontraban enterradas en ataúdes con forma de barco y cubiertas con pieles de ganado y, a pesar de tener unos 4.000 años de antigüedad, estaban muy bien conservadas, con ropas de colores intensos y sofisticados adornos. Esto se debe al ambiente cálido, árido y salado del desierto, que preservó los cuerpos de forma natural, manteniendo todo intacto, desde el cabello hasta la ropa.

El hallazgo ha mantenido a los expertos confusos, ya que no han conseguido esclarecer el verdadero origen de las denominadas momias de la Edad del Bronce del Tarim. El historiador estadounidense Victor Mair llegó a pensar incluso que se trataba de una estafa para atraer turistas. “Lo más sorprendente es que prácticamente todos son caucásicos. ¿De dónde vinieron y cómo terminaron en el corazón de Asia?”, se preguntó Mair por entonces”, se preguntó en 1988, cuando las vio por primera vez.

¿Migrantes o autóctonas?

Mair pensaba que aquella colorida civilización de la Edad del Bronce no pudo haber surgido en un lugar tan inhóspito, con lo que sugirió que los cadáveres pertenecían a personas migrantes de lenguas indoeuropeas, que llegaron a caballo desde lugares remotos de Eurasia. En este sentido, algunos científicos creen que, por el ganado y su inusual aspecto físico, podría tratarse de los Yamnaya, una población de pastores procedente de las estepas rusas que se propagó por el resto de Eurasia. Otros sitúan sus orígenes entre las culturas de los oasis del desierto de Asia Central del Complejo Arqueológico de Bactriana-Margiana (BMAC), un grupo con fuertes vínculos genéticos con los primeros agricultores de la meseta iraní.

Sin embargo, un análisis genómico actual plantea que eran indígenas que pudieron haber adoptado métodos agrícolas de grupos vecinos. Para llegar a esta conclusión, investigadores de la Universidad de Jilin, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Alemania), de la Universidad Nacional de Seúl (Corea) y de la Universidad de Harvard analizaron los datos del genoma de trece de esas momias, fechadas entre 2.100 y 1.700 a.C., y de cinco individuos de entre 3.000 y 2.800 a.C. de la vecina cuenca de Dzungarian.

De esta forma, descubrieron que las momias no eran foráneas, sino que parecían ser descendientes directos de una población del Pleistoceno que estuvo muy extendida y que había desaparecido en gran medida al final de la última Edad de Hielo. Conocida como los antiguos euroasiáticos del norte, esta población sigue presente en los genomas de las poblaciones actuales, especialmente en los indígenas de Siberia y América, que tienen las proporciones más altas (40% aproximadamente).

Aislamiento genético

Los expertos consideran que estas personas vivieron sin grandes mezclas desde hace más de 9.000 años. Sin embargo, pese a ese marcado aislamiento genético, el grupo era “culturalmente cosmopolita”, ya que sus miembros cultivaban trigo, cebada y mijo, tres plantas domesticadas en Oriente Próximo o en el norte de China. También elaboraban queso empleando una fermentación similar a la del kéfir, una técnica quizá aprendida de los descendientes de los pastores de Siberia, y enterraban a sus muertos con ramitas de efedra, una planta considerada medicinal en los oasis de Asia Central.

“Nos sorprendió el llamativo contraste entre su aislamiento genético y sus conexiones culturales”, señala Christina Warinner, arqueóloga molecular de la Universidad de Harvard en Boston, Massachusetts. “No está claro cómo o por qué mantuvieron un aislamiento genético tan estricto, pero su apertura a la adopción de nuevas tecnologías es lo que probablemente hizo que tuvieran éxito en la colonización de los oasis del desierto de la cuenca del Tarim”, añade la antropóloga.

Por su parte, Victor Mair, que trabaja como profesor de chino en la Universidad de Pensilvania (Estados Unidos) ha asegurado en declaraciones a El País, que esta investigación es “defectuosa”, rechazando hacer algún comentario más al respecto.