Los Bulls en París: 1997 y el ‘otro’ MVP de Michael Jordan
His Airness visitó la ciudad francesa en un verano en el que se fraguó la continuidad de la dinastía con los conflictos con Jerry Krause de fondo. La victoria del Open McDonald’s fue la previa a The Last Dance y el culmen de un equipo de ensueño.

Antes de Victor Wembanyama, antes incluso de que la NBA empezara a disputar partidos en Europa en plena regular season, París recibió una visita muy especial: la de los Bulls de Michael Jordan. Fue en el contexto del Open McDoland’s de 1997, el octavo y penúltimo que se disputó en uno de los primeros acercamientos que hubo entre la mejor Liga del mundo y el baloncesto FIBA. Fue en esa época en la que David Stern revitalizó la competición norteamericana mientras en el Viejo Continente empezaban a aparecer una generación que luego dio el salto al otro lado del Atlántico. Ahí fue donde empezó el debate entre el nivel de ambos continentes: Avrydas Sabonis, Drazen Petrovic o Toni Kukoc se habrían paso a trompicones, unos antes y otros después, en un lugar antes vetado para deportistas extranjeros, pero cuya endogamia fue desapareciendo paulatinamente a medida que se globalizaba por un lado y se aceptaba el trasvase de jugadores ajenos por otro. La idea de medir fuerzas dio como resultado un torneo veraniego oficial, pero de carácter amistoso, al que se accedía por invitación y que servía tanto para fortalecer las relaciones entre ambos continentes como para medir fuerzas y ver si los mejores equipos de Europa podían acercarse a los de la NBA.
Desde luego, lo que quedó claro entonces fue la clara superioridad que casi siempre tuvo la mejor Liga del mundo en esos enfrentamientos. En los nueve torneos hubo un campeón de la competición norteamericana, ganando todos y cada uno de ellos el equipo de la NBA de turno que acudía. En 1987 se estrenó un formato con tintes políticos, que pretendía vislumbrar el acercamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética, ya con Mijaíl Gorbachov de presidente y ante los últimos años de la Guerra Fría, previos a la caída del muro de Berlín. Entonces, los Bucks se impusieron en Milwaukee a la selección soviética. Pero al año siguiente, en 1988, el torneo tuvo lugar en el Palacio de los Deportes de Madrid, cuando los Celtics de Larry Bird vencieron a los blancos en la capital. Y así, se fueron sucediendo los torneos, en los que estuvo también Magic Johnson, Charles Barkley o Clyde Drexler. Al principio anuales y luego cada dos años, la NBA se plantó en 1997 con Michael Jordan en la ciudad de la luz. Un lugar bohemio y cosmopolita en el que no podía falta el mejor jugador del momento y la dinastía que dominaba la mejor Liga del mundo por aquel entonces. Un sueño hecho realidad.
El contexto, eso sí, era el que era para los Bulls, que sonrieron mucho en las fotos pero estaban ya inmersos en una guerra interna sin precedentes en el proyecto. La relación de Jerry Krause con el resto de la plantilla y con Phil Jackson se había deteriorado ya hasta niveles extremos. La noticia de la boda de la hija del directivo pilló por sorpresa al entrenador y a June, su mujer por aquel entonces. Tim Floyd, técnico de Iowa State, sí que acudió en una época en la que ya se hablaba del sucesos de Jackson, algo que finalmente ocurriría. La distancia entre los despachos y la plantilla era mayor que nunca y la frase más famosa de Krause resonaba con más fuerza que nunca: “Los jugadores y entrenadores no ganan campeonatos; las organizaciones ganan campeonatos”. Unas palabras históricas que no sentaron nada bien a Jordan y que provocaron que el ego de unos y otros se multiplicara. En el viaje a París las cosas estaban ya rotas. Krause había renovado a Jackson solo por una temporada, algo que desencadenó la discusión definitiva entre ambos. “No me importa si el récord es de 82-0. Este año, te vas”, le dijo el directivo. Y así fue.
Krause y Jackson, que habían sido amigos en el pasado, ya no se miraban a la cara, algo que tampoco hacía una plantilla convertida en dinastía. Los Bulls llegaban a París con cinco anillos bajo el brazo, pero también la rotunda realidad de que ese año sería el último. Jackson lo llamó The Last Dance y, desde luego, fue la última parada de un equipo de ensueño y también el nombre del documental que Jordan estrenó tanto tiempo después. Pero todo empezó en la ciudad europea, a la que la franquicia de Chicago acudiría sin Scottie Pippen por lesión y Dennis Rodman, que si bien oficialmente estaba recuperándose de una bronquitis estuvo ese año más revolucionado que nunca, con desapariciones sin explicación y muchos rumores que indicaban que se encontraba en un sitio para estar finalmente en otro. Pero, antes de ese último baile para el recuerdo, los Bulls fueron felices en París, donde todo el mundo pedía fotos a Michael Jordan y nadie a Jerry Krause. Algo que nunca soportó uno de los mejores directivos de la historia y al que se ha tratado muy injustamente. Pero que va en el cargo que ocupaba un hombre con un talento enorme para hacer un trabajo impoluto dentro de un equipo que él mismo construyó, pero que le dio la espalda a medida que las decisiones no gustaron y el tiempo, ese juez inmisericorde que con todo acaba, pasaba sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo.
Un paseo con Jordan de protagonista
La victoria, como en todos los Open McDoland’s celebrados, fue para el equipo NBA de turno, en este caso los Bulls. Michael Jordan se llevó el MVP, un premio que en ese contexto consiguieron también legendarias figuras como Larry Bird y Magic Johnson, tras anotar 27 puntos en la gran final, en la que la franquicia de Chicago pasó por encima del Olympiacos, vigente campeón europeo, por un claro 104-78. El resultado mostró una vez más la enorme diferencia que había entre la NBA y Europa, pero el resultado era lo de menos a la hora de lucir músculo y avanzar en las relaciones internacionales. Artūras Karnišovas (que anotó 19 tantos en la final), Franko Nakić, Dragan Tarlać o Michael Hawkins eran algunos de los nombres propios de los griegos, que habían perdido a Davis Rivers ese verano. El base puso rumbo a Bolonia tras conseguir la triple corona el año anterior y ser, además, el MVP de la Copa de Europa y dejó al equipo con un vacío difícil de llenar. Algo que habría dado lo mismo, aparentemente, si tenemos en cuenta la superioridad de los Bulls incluso sin Pippen y Rodman en pista.
El resto de equipos del torneo fueron el Barcelona, el Atenas de Córdoba argentino, el Paris Basket Racing (anfitrión) y la Benetton Treviso de Italia. El nivel era altísimo, con los mejores equipos del momento involucrados en un torneo que sólo tuvo una edición más, dos años después, antes de darse por finiquitada. El Racing acabó con el Barça en cuartos de final antes de dar más problemas de los esperados a los Bulls (89-82). El campeón de la NBA y el de la Euroliga tenían el privilegio de saltarse la primera ronda y aparecer directamente en semifinales. Dos años después, los Spurs ganarían la última edición y hubo que esperar varios años para ver a equipos de la mejor Liga del mundo en el Viejo Continente fuera de los amistosos más o menos habituales. Hasta ahora, cuando París volverá a acoger a una estrella generacional, a una promesa en ciernes, a un Victor Wembanyama que viene con vientos de promesas, de cambios extraordinarios e intentos de llevar a la competición norteamericana un paso más allá. Antes, Jordan fue la estrella de París. Ahora, la estrella de París es un joven francés y un unicornio que ha convertido la figura mítica en real. Vivir para ver.
El fin de los Bulls de Jordan
La historia continuó para los Bulls tras la parada parisina. Llegaron a las 62 victorias de forma perezosa, rescataron a Dennis Rodman de las garras del averno cuando estaba perdido entre casinos y fiestas y ganaron el sexto y último título de la dinastía. La regular season avanzó con mucho posteo y también mucho tedio, con el ruido de fondo de una descomposición que finalmente se dio. Pero, antes de eso, Jordan redondeó su espectacular carrera en Salt Lake City, con el tiro en suspensión sobre Bryon Russell y el sexto campeonato, ese que sirvió para convertirle para muchos en el mejor jugador de todos los tiempos. Luego, adiós: Pippen, que ya había pedido el traspaso durante la temporada, se marchó a los Rockets. Rodman firmó por los Lakers como agente libre. Phil Jackson se fue prometiendo que jamás volvería a entrenar, algo que ya sabemos que sí retomó. Y Jordan esperó a que las negociaciones entre jugadores e institución encallaran para confirmar el primer lockout que le costaría partidos a la NBA en su larga historia para anunciar su segunda retirada.
Todavía hubo tiempo para más, pero con la certeza de que una era había pasado para todo ese grupo excepto para Phil Jackson, que seguiría coleccionando anillos como si le fuera la vida en ello. His Airness retomó el baloncesto en los Wizards en un triste crepúsculo en forma de epílogo. Pippen intentó en los Blazers ganar más títulos que nunca llegaron. Steve Kerr pescó en los Spurs y quedó en el recuerdo. Y Jerry Krause quedó como el malo de la película junto al dueño de la entidad, Jerry Reinsdorf mientras los Bulls afrontaban una extinción apocalíptica, un cataclismo pocas veces visto en la historia del deporte. Porque son las instituciones las que lucen los anillos, pero no tienen por qué ser las que los ganan. Porque la historia le trató injustamente por oponerse al cuestionable modus operandi de un Jordan con el que nadie podía discutir. Y porque a los Bulls siempre les quedará París, ese lugar en el que tuvo lugar el principio del fin. Un torneo que ganaron porque así estaba escrito en un contexto en el que ya sabían que el viaje tendría su final. La ciudad de la luz, un lugar perfecto para que brillen las grandes estrellas.
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