NBA

La redención de Carmelo, el hombre que sobrevivió a LeBron

Ha sido el año de la vuelta de Carmelo, que ha demostrado que todavía puede jugar en la NBA. Es el último superviviente de su generación junto a Korver... y LeBron, su amigo y rival.

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Carmelo Anthony y LeBron James, durante el quinto partido de la primera ronda de los playoffs 2020, que ha enfrentado a Los Angeles Lakers y a Portland Trail Blazers
JOHN G. MABANGLO EFE

El 26 de junio de 2003, se empezaron a escribir algunas de las páginas más trascendentales del baloncesto moderno. Entrelazadas entre sí, llegó a la NBA una generación de jóvenes talentos dispuestos a comerse el mundo, que se convirtieron casi de manera automática en las referencias de las franquicias en las que recalaron y que conquistaron casi todo lo que se les puso por delante. Fue el día en el que llegaban a la mejor Liga del mundo jugadores de la talla de Chris Bosh, uno de los ala-pívots más talentosos del siglo XXI. También lo hacía gente como Dwayne Wade, protagonista apenas tres años después de una de las mayores exhibiciones de la historia de las Finales. Ese día llegaron a la competición norteamericana triplistas como James Jones, Jason Kapono o Kyle Korver, talentos que acabaron perteneciendo a la burguesía como David West, Kirk Hinrich, Carlos Delfino, Leandro Barbosa, Chris Kaman o Boris Diaw y gente con cierto renombre como Kendrick Perkins o Mo Williams.

También, como no podía ser de otra manera, llegaron fraudes a ese draft. Ese dudoso honor se lo llevó Darko Milicic, un hombre con poca estrella y una inexistente ética de trabajo al que los Pistons eligieron de manera inexplicable por delante de Wade o Bosh, casi un año antes de darle su único anillo de campeón (un regalo excesivo) en lo que fue la última versión competitiva de esa franquicia conocida a finales de los 80 como los Bad Boys. Milicic también llegó por delante de un tal Carmelo Anthony, un hombre llamado a dominar la NBA. Y por detrás de LeBron James, el que, también destinado a ello, la acabó dominando. Son los últimos exponentes, junto a Kyle Korver, de una generación que se ha ido acabando (Wade, Bosh...) y que se ha superpuesto a las dinastías de Kobe Bryant y Tim Duncan, que conquistaron 10 anillos de 1999 a 2014. Si la NBA ha tenido relevo a Jordan fueron ellos, y no fue sino en su ocaso cuando LeBron accedió a un Olimpo que Carmelo nunca ha alcanzado, y las comparativas que ambos escuchaban al principio de sus carreras se han ido diluyendo, experimentando dos caras muy distintas de la Liga.

Distintas en el fondo y en la forma, con dos proyectos en conferencias distintas y una rivalidad que fue extraordinaria en el instituto pero que tuvo a LeBron como ganador individual, por mucho que Carmelo y la Oak Hill Academy se llevaran los enfrentamientos directos. El Rey coparía la portada de Sports Illustrated y fue elegido Naismith Prep Player of the Year, llevándose el Rookie del Año ante Carmelo, el único que le hizo sombra en la 2003-04. A partir de ahí, LeBron fue como un tiro hacia el estrellato, uno que parecía que nunca alcanzaría, luchando contra críticas y rivales hasta coronarse. Anthony, por otro lado, se estableció como estrella de una competición que no espera a nadie ni lo hizo con él, que vio cómo se disgregaba el proyecto de George Karl en Denver antes de irse a los Knicks, en un traspaso precipitado por James Dolan en el que Raymond Felton y, sobre todo, Amar'e Stoudemire se acabaron desdibujando para dar cabida al alero y su estilo, cuya llegada supuso, eso sí, la única y (muy) relativa luz en la oscuridad de una franquicia histórica pero que vive una crisis solo comparable a la ineptitud de su dueño.

Carmelo experimentó la cara de una NBA que le daba la espalda justo cuando LeBron tocaba el cielo, coleccionaba anillos y empezaba a ser comparado con Jabbar, Jordan y compañía. Ahí donde El Rey se ajustaba la corona a la cabeza más firmemente que su tradicional cinta, Anthony era cuestionado. Poco en los Knicks, donde casi nadie le echó la culpa del proyecto que cambió de rumbo con su llegada, pero sí en esos Thunder en los que se hizo evidente que el juego había cambiado y que solo había una persona capaz de monopolizar el juego para practicarlo como le viniera en gana. LeBron, claro. Carmelo tuvo que aprender a jugar sin balón, a hacer catch and shoot, dejar de postear y ponerse a correr detrás de físicos muy desarrollados que castigaban sus nunca llamativas aptitudes (y actitudes) defensivas. Fue el chivo expiatorio de una Ciudad del Trueno que tampoco tocó la gloria sin él y de unos Rockets en los que quiso y no pudo (o no le dieron tiempo suficiente). Y ahí fue donde pareció que su carrera se acababa de forma prematura y de una manera para nada deseada. Por una puerta de atrás que muchos cruzan pero cuyo umbral nadie quiere traspasar.

Los Blazers, al rescate del superviviente

Fueron los Blazers, sumidos en una crisis que mezclaba mala suerte y mala gestión veraniega, los que rescataron a un hombre que se negaba a considerarse retirado y que estuvo permanentemente entrenando, esperando una llamada que no sabía si se produciría y que finalmente tuvo lugar. Carmelo llegó a un equipo a la deriva para ver en primera persona una de las explosiones individuales, la de Damian Lillard, más impresionantes de los últimos años. Y si bien se ha hecho evidente que sus 35 años y su adaptabilidad a esa nueva era del triple en el que los hombres altos brillan por su ausencia y los jugadores todoterreno capaces de hacer todo con una complexión atlética extraordinaria, es harto complicada, ha demostrado una cosa: que puede jugar. Y que tiene el talento innato suficiente como para suplir sus carencias y tirar de experiencia y sabiduría para sacar lo mejor de sí y aportar en el ataque de un equipo eminentemente ofensivo en el que ha cuadrado social y deportivamente y ha dejado claro que su retirada, si sigue teniendo ofertas, no se va a dar en un corto periodo de tiempo.

Carmelo ha adaptado su rol, ha aceptado estar detrás de alguien como Lillard de la forma contraria a la que quiso en los Rockets y ha mejorado en el triple. Sus problemas en los movimientos laterales y su falta de compromiso defensivo le hacen seguir siendo un problema en ese lado de la pista, pero en un equipo en el que nadie (con permiso de Trevor Ariza) defiende, e hecho de no defender no se nota tanto. La variante táctica ofensiva de Terry Stotts ha permitido una cierta libertad a Camelo para tener sus oportunidades en el uno contra uno, ya sea en el poste o de media distancia, dos estilos que ha dominado pero por cuya falta de productividad en el nuevo baloncesto son poco utilizados. Sin embargo, también ha mejorado en el tiro, sobre todo en el catch and shoot (40% en este apartado por el 31 que tuvo en su breve etapa en Houston), y ha promediado un 38,5% en tiros desde el exterior, la segunda mejor marca de su carrera después de loa 2013-14. Y eligiendo mejor cuándo tirar, lanzando 3,9 veces desde esa distancia, su menor número desde la 2011-12.

En regular season, Carmelo ha tenido actuaciones dispares, mezclando partidos excelentes (el tiro ganador contra los Raptors es un gran ejemplo), con series de tiro paupérrimas (1 de 15 ante los Grizzlies). Sin embargo, ha ayudado de manera constante en el rebotes (6,3 por partido, su mejor marca de las últimas cuatro temporadas) y, sobre todo, ha sido el líder espiritual que el equipo necesitaba, siendo ya de por sí uno de los veteranos más valorados de la NBA. El único de la generación del 2003 junto a Korver y LeBron, ya se sabe. Un hombre que en los 8 primeros partidos en la burbuja promedió 16,5 puntos y casi 7 rebotes, con un 45,6% en tiros de campo, un 46,9% en triples y un 85,2% en tiros libres. Y se ha quedado en 15+5 en playoffs con un usage percentage del 20,5%, el menor de su carrera en la fase final tras el 18,9 que tuvo en los Thunder. Y con tres últimos encuentros de 20, 16 y 27 puntos, el último de ellos (9 de 16 en tiros, 3 de 4 en triples y 6 de 7 en tiros libres) cómo despedida ante un LeBron, cómo no, de otra galaxia (36+10+10). Sin embargo, poco le importan las comparativas con su rival, compañero y amigo a un jugador que ha alcanzado la redención y, sobre todo, la reivindicación.

Carmelo puede jugar. Es lo que ha demostrado y lo que tantas ganas tenía enseñar al mundo. Tan liviano como en sus primeros años (104 kilos) y con una mayor adaptabilidad al baloncesto actual, pero sin renunciar al poste, a la media distancia y a los fundamentos clásicos con los que se crio, Carmelo puede seguir en una NBA que, ya hemos dicho, no espera a nadie ni le esperó a él. Y aun sin espera, 10 All Stars, tres oros olímpicos, 15º máximo anotador histórico... desde luego, su currículum era demasiado grande como para verlo cerrarse de ese modo. Ahora, solo falta saber cuál será la próxima parada de una leyenda como él. Por ahí han sonado los Knicks. Que ya se sabe, están necesitados de héroes y viven de la nostalgia. También por Carmelo. De momento, el alero ha encontrado su sitio en el que siempre ha sido su hogar. El resto, ya lo veremos.