Jaylen Brown, el tipo "demasiado listo para la NBA" que lidera el movimiento por George Floyd
El escolta de los Celtics estudió en Berkeley, colabora con Harvard, juega al ajedrez, es fan del Barça y Messi y se le considera "extremadamente inteligente en la NBA".
Jaylen Brown ya es mucho más que un escolta de 23 años que juega en Boston Celtics y que se quedó cerca de ser all star por primera vez en su carrera el pasado mes de febrero, en Chicago. Un 2,01 de físico imponente y atributos que le valieron una extensión de casi 115 millones de dólares en octubre, lo que le garantiza su (brillante) futuro NBA hasta 2024. En esa última temporada (2023-24) en la tiene asegurado contrato percibirá más de 29 millones de dólares. Sueldo de estrella para un jugador con potencial de estrella y que llegó a la NBA como número 3 del draft de 2016. Solo por detrás de Ben Simmons y Brandon Ingram y por delante de Pascal Siakam, Jamal Murray, Domantas Sabonis...
Una de las joyas que obtuvieron los Celtics en el saco de elecciones de draft que le sacaron a los Nets en el infame (para los de Brooklyn) traspaso de Paul Pierce y Kevin Garnett, el futuro deportivo de Brown fue cuestionado por algunos ejecutivos de la liga porque lo consideraban "demasiado inteligente para la NBA". Ahora se ha convertido en uno de los referentes en las protestas que recorren Estados Unidos tras la muerte de George Floyd, el ciudadano afroamericano que el pasado 25 de mayo fue asfixiado por un policía de Minneapolis, Dereck Chauvin. La ola de descontento y el clamor por el fin de la desigualdad y la violencia contra las minorías son fenómenos que, por suerte, impregnan a muchas figuras del deporte estadounidense, especialmente en una NBA en la que el 75% de los jugadores son afroamericanos y que ha vinculado su bonanza de sus últimos años a su implicación social y su calado entre sectores jóvenes, plurales y urbanos.
Brown aseguró cuando se vieron por primera vez las imágenes de la muerte de Floyd que le "habrían detenido" si hubiera estado allí. Y ayer hizo 15 horas en coche para liderar una protesta pacífica en Atlanta, la capital de su Georgia natal. Una marcha que gestionó y narró a través de sus redes sociales y a la que su sumaron otros NBA como Malcolm Brogdon y Justin Anderson. Con un cartel en el que se leía "I can't breathe" (no puedo respirar: las palabras de Floyd mientras era asfixiado por la rodilla de Chauvin), Brown ejerció de catalizador, referente y altavoz de las protestas: "Conduje 15 horas para llegar a mi comunidad, en Georgia. Ser una celebridad, ser un jugador de la NBA no me excluye de ninguna conversación. Primero y ante todo soy un hombre negro y soy miembro de esta comunidad. Estamos creando conciencia sobre algunas de las injusticias que hemos estado viendo. Nuestras voces tienen que ser escuchadas. Tengo 23 años. No sé todas las respuestas, pero siento cómo se sienten los demás".
Brogdon, base de Indiana Pacers, alabó el rol de Brown en un trance que considera decisivo para la sociedad estadounidense: "Este es el momento. Tenemos influencia, tenemos este momento. La gente mirará hacia atrás, nuestros hijos mirarán hacia atrás y dirán: 'tú fuiste parte de eso'. Tengo un abuelo que marchó junto a Martin Luther King en los años 60, y es algo increíble. Estaría orgulloso de vernos a todos aquí. Tenemos que seguir avanzando. Jaylen ha liderado esto, y estoy orgulloso de él. Necesitamos más líderes como él".
Berkeley, Harvard, Messi, ajedrez...
Jaylen Brown no es un jugador más. Nunca ha querido ni ha pretendido serlo. En su cuarta temporada en la NBA es casi una estrella y es vicepresidente del sindicato de jugadores (NBPA), cargo que recibió junto a Brogdon en febrero de 2019. El presidente Chris Paul habló de "perspectiva y pasión" cuando celebró un nombramiento que acerca a Brown a uno de sus objetivos: mientras daba sus primeros pasos en la liga ya reconocía que una de sus metas era acabar liderando la asociación de jugadores. Se trata, no en vano, de un tipo "distinto a la mayoría de los chicos que quieren ser jugadores de baloncesto", tal y como reconoció el ayudante de un general manager de la NBA, que consideraba que Brown podía parecer, por "demasiado inteligente", un reto demasiado grande a algunos entrenadores con mentalidad de vieja escuela: "Se lo cuestiona todo, además de hacer algo querrá saber por qué tiene que hacerlo. Él es así, aunque algunos creerán que con ello está cuestionando la autoridad. No le va a gustar a todo el mundo".
Aquello de que era "demasiado listo para la NBA" le ha acompañado desde un reportaje que escribió el periodista Marc J. Spears para The Undefeated antes del draft de 2016, cuando Jaylen Brown recorría Nueva York con una camiseta del Barcelona, comía arroz con cilantro y bebía smoothies de mango y jugaba al ajedrez con Nico Chasin, un campeón nacional de 9 años. En el entorno de la liga se miraba con curiosidad a un jugador de intereses muy distintos a los habituales, hecho de otra pasta. Uno que no había contratado a ningún agente y que tras su boom en los institutos de Georgia (con la camiseta de su ciudad, Marietta) rechazó a UCLA, North Carolina, Kansas y Kentucky (la elite del baloncesto de College) para jugar en Berkeley y formarse mientras en la prestigiosa (desde el punto de vista académico) Universidad de California: "Lo mejor de mi año allí fueron las clases. El baloncesto es lo que es. Al final todo encaja, pero la parte educacional fue incomparable".
En su primer semestre (solo hizo un año antes de saltar a la NBA dadas sus opciones de ser top 3) ya estudiaba un posgrado en estudios culturales en el deporte. Aprendió español y se propuso llegar a los 25 años con tres idiomas más. No come carne, adora el ajedrez, le encanta el fútbol (sobre todo el Barcelona y el Arsenal), uno de sus referentes es Leo Messi y, ya instalado en Boston, estrechó vínculos con la Universidad de Harvard. Con el equipo de baloncesto y también con los grupos de estudio a los que da charlas que prepara meticulosamente en su Ipad. En ellas, por cierto, lleva tiempo hablando de racismo estructural, de las protestas de deportistas como Colin Kaepernick y de la necesidad de un cambio social que ahora reclama desde las calles. "Si no tuviera el baloncesto, ¿qué habría sido de mí? Solo porque el deporte me haya dado la opción de saltarme algunas barreras que siguen existiendo en nuestra sociedad, ¿tengo que olvidarme de la gente que no puede hacerlo? Si no tuviera el baloncesto, ¿qué sería de mi vida? ¿Estaría canalizando de forma violenta mi energía? Hay chicos en América que viven sin poder hacerse esas preguntas", dijo en una de esas conversaciones con los alumnos de Harvard, donde valoran muy positivamente su impacto como estrella de la NBA interesada en la educación por encima de casi cualquier otro valor: "Hace que querer ser culto sea algo cool".
"Soy como soy, o lo tomas o lo dejas. No voy a avergonzar a nadie, pero tampoco voy a dejar de comportarme a mí manera", decía antes del draft, en aquel reportaje de Spears que lo definía como "un hombre del renacimento para la NBA". Considerado como un jugador "extremadamente inteligente", eligió a Isiah Thomas, el legendario ex de los Pistons que vuelve a estar de moda por sus problemas con Michael Jordan aireados en el documental The Last Dance, como uno de sus principales asesores en los primeros pasos de su carrera ("absorbo todo cuando estoy con él, conectamos en todo y además ha sido uno de mis jugadores favoritos"). Isiah, el que fuera líder de los polémicos Bad Boys de Detroit, se maravillaba con que Brown se supiera el convenio colectivo y la letra pequeña de los contratos nada más llegar a una liga en la que muy pronto tuvo galones para sentarse a charlar con el comisionado Adam Silver y la directora ejecutiva de la NBPA, Michele Roberts.
Casi todos los integrantes de ese círculo de confianza son afroamericanos, de Isiah Thomas al agente Aaron Goodwin (que le asesora con sus contratos fuera de las pistas y su trato con las marcas deportivas), profesores de Berkeley, entrenadores personales, la vicepresidenta de la NBPA Chryssa Chin... Derek Van Rheenen es el único blanco entre sus colaboradores más íntimos y es el profesor que llevó sus trabajos en "la intersección entre la educación y el deporte". En Berkeley jugaba en los Golden Bears, compartía piso con Ivan Rabb (número 35 en el draft de 2017) y se apasionaba por el ajedrez, un juego cuyas lógicas le recuerdan a las de la vida: "Cuando llegaba a las primeras clases me miraban como si me hubiera equivocado de aula". En la NBA, al principio, también se le miró con cierta extrañeza, pero Jaylen Brown persistió. Y ahora está triunfando como jugador y está, con la liga parada por la crisis del coronavirus, liderando un movimiento cívico que quiere cambiar cosas, por fin, en Estados Unidos. Solo por eso, se ha convertido en el jugador NBA del momento. Y seguramente, en algo más importante que todo eso.