Crisis en los Sixers: el Proceso, más cuestionado que nunca
Zonas colapsadas, piezas incompatibles, un entrenador sin soluciones y una debilidad manifiesta fuera de casa. El Proceso de los Sixers, a punto de desarmarse.
El Proceso está en crisis. Es fácil de decir, pero difícil de imaginar el pasado mes de octubre, cuando a pocos días de empezar el curso baloncestístico 2019-20, analistas, jugadores y aficionados situaban a los Sixers como uno de los favoritos para hacerse con el anillo. El traspaso del siempre vilipendiado Jimmy Butler y del eficaz J.J Recick fueron pasados por alto. La adquisición de Al Horford era celebrada, ya no solo por ser un hombre de adaptación fácil, defensa férrera y reputación inmaculada. También por dejar a los Celtics, esa bestia negra, sin la referencia interior más importante que han tenido desde que Kevin Garnett pusiera rumbo a los Nets en 2013.
Parece mentira que, apenas cinco meses después de que el mundo de la NBA diera crédito a los Sixers como candidatos, el proyecto que Sam Hinkie inició en 2012 y que los Colanguelo continuaran a partir del 2016, esté inmerso en la mayor crisis de su existencia. Ni los bochornosos récords logrados durante las temporadas del tanking ni la sequía que la ciudad vive desde que en 1983 lograram el último anillo ha despertado emociones tan contradictorias en una afición que ve con hastío como los problemas que sus jugadores arrastran desde hace años se convierten en incorregibles. Caer en la misma piedra no se va a perdonar con tanta facilidad esta vez y la necesidad de hacer un cambio drástico es de una obviedad casi avergonzante. Sobre todo si tenemos en cuenta que el silencio reina en la franquicia. Desde los despachos hasta el último de los miembros de la plantilla.
No es para menos, pues el sufrimiento para llegar hasta donde están ha sido verdaderamente ingente. No fue hasta el 23 de junio de 2016, cuando los Sixers vieron (por fin) la luz. Tras tres temporadas en el averno más absoluto de la NBA, la calamidad de la 2015-16, campaña en la que finalizaron con un ignominioso récord de 10-72, fue la confirmación de que se había tocado fondo en lo que comúnmente se conoce como el Proceso. Ese caluroso jueves veraniego, apenas unos días después de que los Cavaliers de LeBron James remontaran un 3-1 en las Finales a los Warriors del 73-9 (unos tanto y otros tan poco), Philadelphia escogía en el número 1 del draft a Ben Simmons, estrella de los Tigers en Universidad Estatal de Lousiana.
Fue el fin de un eterno (esa fue al menos la sensación) viaje por los infiernos de una franquicia mítica, no solo por los tres anillos que lucen en sus vitrinas (1955, 1967 y 1983) sino por los jugadores que han pasado por sus filas (Wilt Charmberlain, Julius Erving, Moses Malone, Allen Iverson...) y por ser una de las referencias de una ciudad, Philadelphia, que entiende el baloncesto. Quizá precisamente por ello el lema trust the process (confía en el proceso), apadrinado por Sam Hinkie, permitió a los aficionados de los Sixers tener la paciencia suficiente para aguantar tanta derrota y comprender que, a largo plazo, tanto tanking daría sus frutos.
En 2016 llegaban los hombres. Ben Simmons y Joel Embiid. El primero, tras ser elegido en el número 1 del draft por delante de Brandon Ingram, un jugador con el que está hoy día continuamente comparado. El segundo había sido seleccionado en el tercer puesto del 2014, pero las lesiones en el pie postergaron su debut. Ambos aterrizaban en Philadelphia tras un año aciago que había visto como Jerry Colanguelo llegaba como Presidente de Operaciones, limitando mucho el poder de un Hinkie que acabó dimitiendo en abril con una carta de 13 páginas. El golpe de estado interno se confirmó cuando Bryan, hijo de Jerry, asumía la presidencia y se convertía en General Manager simultáneamente, manteniéndose su padre como asesor. Hinkie, desprestigiado por el horroroso rumbo de la franquicia, decía adiós a años de despropósitos deportivos pero aciertos en los despachos. Es en buena parte (y esto no debemos olvidarlo) gracias a su trabajo por lo que los Sixers han llegado a ser considerados contenders en los últimos años. Una condición que van perdiendo con el paso de los días.
Los problemas de los Sixers
La temporada está siendo un quiero y no puedo constante que en este punto se ha transformado en un sainete con rumores de traspasos, de cambio de entrenador o (incluso) de reinicio del proyecto. Los problemas tácticos que arrastraba el equipo en los últimos tiempos se han multiplicado desde octubre y los Sixers marchan en estos momentos en la sexta posición de la Conferencia Este, con un récord de 31-20 que discrepa del que mostraban el año pasado a estas alturas (33-18). No se queda ahí la cosa, ya que tienen por delante a todos y cada uno de sus rivales directos (Bucks, Raptors, Celtics, Heat y Pacers) y no están más atrás porque los Nets están ante un desastre aún mayor (22-27) y los Magic no tienen plantilla para más (22-28). En una conferencia en la que, tanto por tradición como por historia reciente, la ventaja de campo ha sido determinante para discernir el ganador de una serie de playoffs, el equipo (todavía) dirigodo por Brett Brown se encuentra en una situación que, como poco, es preocupante.
Los Sixers están además en una racha de tres derrotas consecutivas y todas ellas tienen una mala lectura. Ante los Hawks por tratarse de uno de los peores equipos de la NBA (el segundo peor tras los Warriors) y ante Celtics y Heat por tratarse de rivales directos. Como si no bastara por eso, estos dos últimos encuentros se han saldado con sendas palizas que han dejado en evidencia el débil engranaje con el que se sostienen los de Philly. Sin rumbo, han caído por 21 tantos en el Garden y por 31 en Miami en un choque que además ha tenido la vendetta particular de Jimmy Butler como protagonista. Ni el alero hizo mucho por quedarse ni los Sixers por retenerle, algo que se confirmó cuando le ofrecieron el máximo a Tobias Harris y no a él. ¿Resultado? 19 puntos, 7 rebotes y 3 asistencias de Tobias, relegado a un rol nada protagonista al estar a contraluz de unos focos que siempre apuntan a Simmons y Embiid. Butler mejora a su ex compañero y se va a los 21+7+6, con 2 robos de balón, 9 dobles-dobles y 3 triples-dobles, siendo además el líder absoluto de una plantilla joven y vigorosa que practica a la perfección el baloncesto que señala desde el banquillo Erik Spoelstra, siempre con Pat Riley entre bambalinas. El problema, por mucho que nos empeñáramos, no era Butler. Ni mucho menos.
Para más inri, las dificultades fuera de casa son manifiestas para el equipo. Las tres últimas derrotas han sido en terreno hostil, donde suman un bochornoso récord de 9-18 que aumentan las dudas sobre la funcionalidad del equipo en los playoffs y su capacidad para robar partidos fuera del Wells Fargo Center, donde con un 22-2 son los mejores de la NBA junto a los Bucks (23-3). El año pasado ya tuvieron dificultades como visitantes (20-21), pero en la presente campaña los problemas en ataque (ahora hablaremos de esto) se multiplican lejos de Philadelphia, algo que penaliza mucho a un equipo que, a pesar de mantener su nivel defensivo, muestra mucho sus carencias cuando no está espoleado por un público siempre ruidoso.
La enumeración de las dificultades da para hacer una lista bastante grande. La defensa de los Sixers tras adquirir a alguien como Horford ha mejorado y reciben 106,7 puntos por cada 100 posesiones por los 110 del año pasado. Sin embargo, en ataque el cortocircuito es tremendo. La circulación de balón es inexistente, la pizarra brilla por su ausencia y la zona (cómo no) está más colapsada que nunca. Los problemas con el tiro de Simmons, que más allá de haber anotado los dos primeros triples de su carrera profesional distan mucho de haber desaparecido, son una losa cada vez más difícil de superar para su compenetración con Embiid. Y a esto hay que añadirle la llegada de un nuevo invitado, el propio Horford, que tira más que el año pasado (11 tiros por encuentro) pero con el peor porcentaje en tiros de campo de su carrera (45%). Al igual que con su pareja interior, es obligado a jugar por el exterior para hacer hueco a Simmons y se va a los 4 triples intentados por noche, también con un pésimo acierto (32%), el peor desde que llegó a los Celtics en 2016.
Muchas variantes y pocos beneficios en todas ellas para Simmons, que demostró su potencial cuando las lesiones se llevaron por delante a Embiid: 22 puntos, 9 rebotes, 8 asistencias y 2 robos en la ausencia de 9 partidos de su compañero, todo ello con un 65% en tiros de campo y sin ningún triple intentado. Poco más que decir. O mucho si nos fijamos en la influencia de cada jugador. Con su playmaker, los Sixers mejoran su rating ofensivo (de 107 pasa a 111), pero empeoran el defensivo (de 104 a 108). Con Tobias mejoran en defensa (de 109,6 a 106,7), pero apenas varían en ataque (casi 110). La mejora con Horford es clara en su lado más fuerte (los rivales anotan 106 puntos por cada 100 posesiones cuando él está en poista y 110 cuando no), pero la ofensiva fluye menos (de 110,5 a apenas 109). Números parecidos en ese lado de la pista a Embiid, que sí ayuda a su equipo en labores defensivas (de 109 a 105). Y con Josh Richardson y Furkan Korkmaz el juego apenas varía. En definitiva, no hay jugador que solucione situación alguna. Algunos mejoran en algunas cosas y otros en otras, pero la combinación ideal es una quimera. O, dicho de otra manera: los Sixers son un auténtico caos.
El mercado de fichajes y el futuro del Proceso
Los rumores a pocos días de que finalice el mercado de fichajes no hacen más que sucederse. La posibilidad de que acaben traspasando a Simmons o a Embiid (este último ha sonado más) parecen lejanas si tenemos en cuenta que son las piedras angulares del proyecto y que ya el año pasado se aseguró desde la directiva que se seguiría construyendo en torno a ellos. Son las piezas que más codiciaban, las caras del Proceso, los hombres que estaban llamados a liderar el equipo y la NBA en un futuro no muy lejano. Y eso parecía antes del estancamiento del base (17+8+8, números muy parecidos a los firmados en las dos últimas campañas) y, sobre todo, del retroceso de Embiid, que tras firmar unos números estratosféricos la pasada campaña, unos que no se veían en un center desde Shaquille O'Neal (27,5+13,6+3,7 con 2 tapones) parece desfondado en esta (23+12+3) y sin progresión cuando se trata de enfrentarse a sus bestias más negras. Y sí, hablamos de Marc Gasol.
Aunque no se puede descartar que alguno de estos jugadores sea traspasado (en la NBA nada se puede descartar), no parece que las intenciones de los Sixers (a priori) vayan por aquí y probablemente intenten hacerse con alguien de rol para completar una plantilla que echa de menos a una intendencia que tan bien representaron Dario Saric, Marco Belinelli, T. J. McConnell o, sobre todo, J.J Reddick. Sin embargo, las millonarias extensiones de Embiid (122 millones asegurados hasta 2023) y Simmons (177 hasta 2025) pueden haber hipotecado a una franquicia atada de pies y manos y que también tiene que pagar a Horford, un hombre de casi 34 años, 109 millones en cuatro años (97 garantizados) y a Tobias 180 hasta 2024. Es posible que no suelten a Embiid, Simmons u otro de sus cuatro grandes nombres ahora. Pero si la temporada concluye con las mismas sensaciones que se respiran en estos momentos en la ciudad del estado de Pensilvania, puede que sea inevitable tomar decisiones drásticas.
Sin embargo, el lugar al que muchos dedos señalan es el del entrenador. Brett Brown está en el ojo del huracán. Los aficionados y los analistas nunca le han considerado el técnico ideal para un proyecto ganador, pero ahora está más cuestionado que nunca. Ha habido muchos grandes entrenadores a lo largo de la historia que eran capaces de hacer grandes temporadas regulares para luego estrellarse una y otra vez en playoffs (Jerry Sloan, Rick Adelman, Mike D'Antoni...). Sin embargo, Brown no se ha establecido ni en la regular season ni en las eliminatorias en las que se decide el título. O, directamente, podríamos decir que no se ha establecido. Ha sido un buen mentor, una pieza correcta para aguantar el tirón en la época más amarga del tanking y luego remontar hasta convertir a los Sixers en aspirantes. Pero ya está. Hasta ahí parecen haber llegado sus capacidades. Por mucho que haya repetido que "lo importante llega a partir de abril" después de tanta derrota, su conexión con la plantilla está en duda, su búsqueda de soluciones es irrisoria y ni ha resuelto los problemas en ataque ni ha conseguido gestionar un ataque con mucho gallo. Ser buenos en defensa ya no basta y sorprendería ver a una plantilla con Embiid y Simmons fuera de los tres primeros puestos de su conferencia. Y es donde parece que van a estar, merced a las cuatro victorias de ventaja que el tercero (los Celtics, empatados con los Heat, cuartos) tiene sobre ellos.
En definitiva, toca reflexionar. El parón del All Star viene en el mejor momento y será ahí donde podrán reordenar sus pensamientos y encarar la parte final del presente curso baloncestístico. Y, aunque todavía puede haber movimientos de última hora (el mercado se cierra el jueves a las 21:00), es el futuro lo que tienen que cuidar los Sixers. Ese que se las deseaba pero que, ahora mismo, pende de un hilo si no se toman las decisiones correctas en los momentos adecuados. Philadelhpia, esa ciudad donde se firmó la Declaración de Independieenfrenta de los Estados Unidos, que vio nacer a Benjamin Franklin y que fue cuna, en una coyuntura muy distinta a la actual, de la democracia, se enfrenta a su mayor desafío... baloncestísticamente hablando, claro. Los resultados tienen que llegar cuanto antes. La paciencia es finita y el tiempo se acaba para Simmons, Embiid y El Proceso, más cuestionado que nunca. Tic tac, tic tac, tic tac...