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NBA | ANÁLISIS

Dudas, derrotas e incertidumbre: ¿se equivocó Utah con Ricky?

La franquicia remodeló su rotación para formar un bloque más peligroso en playoffs, pero la salida de Ricky y la llegada de Conley ha empeorado al equipo.

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Ricky Rubio y Mike Conley, durante un partido de la NBA que enfrentaba a los Phoenix Suns y a los Utah Jazz
Ricky Rubio y Mike Conley, durante un partido de la NBA que enfrentaba a los Phoenix Suns y a los Utah JazzChristian PetersenGetty Images

La pasada madrugada vivimos, en lugares distintos, dos episodios más dentro de las historias paralelas que están empezando a dar que hablar más de lo que se esperaba en un inicio. En Arizona, Ricky Rubio firmó 16 puntos, 4 rebotes y 14 asistencias ante los Timberwolves. Una actuación meteórica que dio la victoria a los suyos y que deja a los Suns en la octava posición de la Conferencia Oeste, la última que da acceso a los playoffs. No muy lejos de allí, en Salt Lake City, los Jazz se hundían ante los Thunder y certificaban que el salto que esperaban dar tras sus movimientos veraniegos tendrá que esperar. 

A pesar de tratarse de un jugador y de una franquicia que no copan portadas y titulares, la historia no deja de ser curiosa y nos lleva a preguntarnos si todo lo que hicieron los Jazz en verano fue tan bueno como inicialmente creíamos. Al menos por ahora. El equipo que dirige Quin Snyder no carbura en un inicio lleno de dudas e incertidumbre, sensaciones potenciadas por el número de derrotas que llevan, que serían pocas si se tratara de cualquier otra franquicia pero son muchas si tenemos en cuenta las expectativas que se manejaban en un inicio.

Los Jazz tienen un récord de 13-11, van sextos del Oeste y tienen a los Suns (11-12), un equipo que lleva sin jugar playoffs desde 2010, a una victoria y media y ocupando una octava posición que ahora mismo les sitúa muy por encima de las expectativas. Un balance muy pobre (el de Utah) para una franquicia que en verano iniciaba una última serie de movimientos con el objetivo de fortificar el proyecto y dar el paso adelante que necesitan para ser competitivos en la fase final. 

De momento, están lejos de ser eso que aspiran llegar a ser. Recordemos que Utah es una ciudad alejada de los focos, hasta cierto punto anodina, con un mercado pequeño y pocas posibilidades de atraer agentes libres apetecibles. Esto les obliga a construir desde abajo y con rondas del draft, algo que hicieron primero con Gordon Hayward y luego con Donovan Mithcell y Rudy Gobert. La reconstrucción no fue fácil. Tras el agujero moral y espiritual dejado por Jerry Sloan, que se marchó en 2011 tras toda una vida ligado al equipo y a la ciudad, la franquicia pisó playoffs una sola vez en los siguientes seis años y llevaba cuatro ausencias consecutivas antes de que Quin Snyder obrara el milagro consiguiendo un récord de 51-31 (2016-17) que les metía en la fase final.

Tras este histórico récord, los Jazz se recuperaron de la (aparentemente letal) pérdida de Hayward (rumbo a Celtics) para ganar 48 y 50 partidos en las dos siguientes temporadas (50-32 la pasada). Se convirtieron en un equipo sólido y fiable en la regular season, capaz de hacer grandes finales de campaña y de llegar sin excesivos problemas a playoffs. Ahí es donde ha fallado un proyecto que tiene las bases pero que esperaba (y espera) dar un paso adelante en la fase final. Las dos eliminaciones seguidas ante los Rockets (8-2 de balance) provocaron la reacción de una directiva que quería más y que en verano se movió para conseguirlo.

De Ricky a Conley: los Jazz empeoran

Los Jazz ya rumiaban un viraje cuando en febrero tantearon la posibilidad de hacerse con Mike Conley. Tenían cosas para ofrecer, no estaban consolidados en playoffs y podía ser el momento para hacer un movimiento de esas características. El posible intercambio se quedó en un mero rumor y nadie se movió de Salt Lake City, pero la semilla, que pasó desapercibida en pleno culebrón Anthony Davis, estaba plantada. Las intenciones estaban claras y se convirtieron en hechos tras una nueva eliminación ante los Rockets, esta vez en primera ronda (los dos años anteriores llegaron a semifinales), que certificó que el techo del equipo era bajo. Si querían optar verdaderamente al campeonato necesitaban algo más y a por ello se lanzaron en cuanto se inició el mercado de fichajes.

Camino de los 32 años, con 32,5 millones para esta temporada y 34,5 para la próxima, Conley costó Jae Crowder, Grayson Allen, Kyle Korver y dos primeras rondas. Y renunciar a cualquier opción real de renovar a Ricky o al tremendamente productivo Derrick Favors. El primero, por el que nunca mostraron real interés, ha acabado en los Suns, donde está cuajando un gran baloncesto tras ser MVP del Mundial de China, en el que se proclamó campeón mientras Mitchell o Gobert, ex compañeros suyos en los Jazz, lo veían desde lejos. Favors no ha tenido tanta suerte y acabó en unos Pelicans ahora a la deriva. También se firmó a Bojan Bogdanovic... por mucho dinero (4 años, más de 73 millones), una apuesta arriesgada que comprometía salarialmente al estado mormón, que se lanzaba a por todas en el mercado.

Las cosas no han salido como se esperaba en un inicio. Al menos por ahora. Mientras Ricky, lejos de desmadejarse, se luce con los Suns y lucha por el todavía improbable sueño de los playoffs, los Jazz están teniendo dificultades con todo y contra todos. Su rating defensivo apenas ha variado tras los cambios (105,4 por 105,7 del año pasado) al igual que los puntos recibidos por partido (106 por 106,5) siendo ahora mismo la novena mejor defensa de la Liga y siguen siendo un equipo sólido atrás a pesar de que Gobert no impone tanto como hace unos meses. El problema lo tienen en ataque, donde les cuesta anotar una infinidad. Han pasado de tener un rating ofensivo de casi 111 a apenas un 105,3. Y, con 105,9 puntos por choque anotados (casi 112 en la 2018-19) con el octavo peor ataque de la NBA... y el tercero más malo del Oeste.

Las dificultades para anotar son notorias y contrastan con la incidencia que está teniendo Ricky en los Suns, que han pasado de 105,9 a 112 en el rating ofensivo y de 115 a 110 en el defensivo con el base promediando 12,7 puntos (los mismos que el año pasado) pero casi 5 rebotes y más de 9 asistencias, su máximo en la NBA. Y números por encima de los de Conley, que anota más que su compañero de posición (13,9) pero es peor en rebotes (3,5), pases a canasta (4,6) y robos (0,7 por 1,3 de Ricky). Es más, en los dos años que Rubio ha pasado en Utah, no ha sido superado por el ex de los Grizzlies en ninguna de las categorías estadísticas principales (excepto en anotación). Es decir, el base de El Masnou no solo está siendo mejor este año, también lo ha sido si comparamos su papel en los Jazz con el de su sustituto.

Del papel de Conley se está hablando mucho. Los últimos años en los Grizzlies, donde es una institución y a buen seguro acabará con la camiseta retirada, han acabado mermando a un baloncestista que sin llegar a ser All Star ha conseguido ser el líder espiritual y moral de una franquicia a la que lideró (junto a Randolph, Marc...) a las únicas finales del Oeste de su historia con él como general en pista. Los años pasaron mientras el Grit and Grind se disolvía y el base entraba en una fase de hastío, un sentimiento favorecido por la temporada 2017-18, que se pasó casi en blanco (disputó 12 partidos). Parecía que su llegada a Salt Lake City le venía como anillo al dedo (nunca mejor dicho): un equipo necesitado de un base para un jugador que necesitaba un nuevo proyecto. Un hombre veterano (32 años) que podría hacer de mentor de los jóvenes (Mitchell, Gobert...) y aportar en lo deportivo para formar un quinteto temible y llegar a un equipo que se convertiría en uno de los más prometedores de la competición. En su debut, 1 de 16 en tiros de campo y 0 de 6 en triples. Y no fue lo que se dice un espejismo. Las cosas no están saliendo exactamente como se esperaba. Eso parece claro.

De la esperanza a la incertidumbre

A los Jazz no les queda otra que mirar hacia delante. El pasado mes de enero estaban en 18-20 y el día 5 de abril en un 49-30 que acabó siendo un 50-32. La segunda parte de la temporada suele ser buena para el equipo de Quin Snyder. Ahí es donde acelera y consigue resolver las dificultades de la primera mitad para carburar y empezar a tener resultado. Eso sí, en la campaña pasada el récord venía dado por un calendario lleno de dificultades, mientras que en el presente curso han tenido hasta 11 partidos contra rivales teóricamente inferiores que o bien van a tener complicado llegar a la fase final o directamente van a quedarse fuera de ella.

Hay motivos que invitan al optimismo. Siguen defendiendo igual de bien y tienen a jugadores capaces de resolver partidos en el clutch time, su mayor talón de Aquiles en los últimos tiempos: 15-18 el año pasado en este tipo de finales y 89-101 en las últimas cinco temporadas. Este año van 6-3 en esos partidos y parece que con Bogdanovic y Mitchell más centrados en el ataque tienen más fácil acabar con esta variante. Además y en teoría, Snyder acabará encontrando solución a los problemas de Conley en el lanzamiento y podrá sacar lo mejor de un jugador que hace tiempo que está lejos de su mejor momento pero que, en pleno rendimiento, es excelente en la dirección, con personalidad para anotar, mejor en defensa que Ricky (aunque de momento no lo esté demostrando) y notablemente superior como tirador (está mal en tiros de campo pero promedia un 38% en triples). Todo esto debería cuadrar perfectamente tanto con Donovan Mitchell, que tendrá que ceder aún más responsabilidad con la bola y tener más espacios cuando la tenga, como con un Gobert (13,5 rebotes por partido pero anotando un punto menos que el año pasado) que puede ser más peligroso que nunca en el pick and roll.

Para que todo funcione, la segunda unidad (Green, Mudiay, Exum, Davies...) deberá volver a funcionar como lo hacía antaño, mientras que hombres como Ingles deberá recuperar urgentemente su nivel. El año pasado, con el australiano en pista los Jazz tenían un net rating del 7'7 y ahora están en -1,5. El equipo en general tiene un -0,1 en esta estadística por el 5,2 con el que acabó la última campaña. Los Suns de Ricky, por cierto, han pasado del -8 al 1,3. Otro dato más que refleja el buen hacer del español en su nuevo destino y que esconde más problemas en Utah más allá de Ingles. Ahí entra Mitchell, que sigue mejorando sus estadísticas (se va casi a 25 puntos por partido), pero no termina de acostumbrarse a tener que ceder más tiempo el balón en ataque.

En definitiva, los de Quin Snyder han apostado fuerte y ahora tienen que jugar sus cartas. Mirar al pasado no tiene sentido para una franquicia que llegó a las finales del Oeste en 2007 y a las de la NBA en 1997 y 1998. Lejos quedan aquellos tiempos en los que Stockton y Malone rozaron el anillo con la yema de los dedos. Ahora, más de 20 años después, Utah intenta culminar la reconstrucción y volver a luchar por un sueño que, ahora mismo, parece lejano. Y sin Ricky, que ahí sigue, a lo suyo. Jugando el mejor baloncesto de su carrera. ¿Se equivocaron los Jazz con él? Sólo el tiempo lo dirá. Mientras tanto, seguiremos disfrutando...