Los Ángeles: la gran capital del 'basket' no quiere dejar de serlo
La crisis de los Lakers ha puesto en solfa el trono de Los Ángeles como gran ciudad del baloncesto estadounidense por delante de Nueva York, el coloso del Este.
Estados Unidos tiene una superficie de 7.700.000 kilómetros cuadrados y una población de unos 325 millones de personas. Entre Nueva York y Los Ángeles hay tres horas de diferencia y casi 4.000 kilómetros en línea recta, a los que hay que sumar otro buen puñado si se viaja por la resonante Interestatal 80. Con volumen de continente, las diferencias entre un extremo y otro del país son enormes, aunque al otro lado del Atlántico solo las percibamos de hito en hito. El favorito, últimamente, esos comicios cuyas reglas y causalidades demográficas y sociales nos llaman tanto la atención cuando gana quien jamás pensábamos que podría ganar. Y quien jamás tendría que haber ganado. Véase el actual inquilino de la Casa Blanca.
Costa Este y Costa Oeste: dos mundos. Distintos climas, distintos hábitos, distintos perfiles raciales… hasta distintas recetas para la pizza. Y también distinto baloncesto: lo hay de Costa Este y de Costa Oeste, una distinción que desde luego va mucho más allá de las burocráticas Conferencias de la NBA y que se filtra hasta las calles y sus playgrounds. Orgullos de pertenencia y dos puntos cardinales: Nueva York y Los Ángeles. El eje Costa Este-Costa Oeste.
The Big Apple, camino de los 9 millones de habitantes y Tinseltown, casi 4 que se multiplican por tres si se abarca toda el área metropolitana. Son las dos ciudades más pobladas del país, lejos los 2,7 millones de Chicago y lo 2,3 de Houston. Y son los dos grandes mercados, Nueva York para los negocios, Los Ángeles para la cultura y el espectáculo (es decir: los negocios). Como epicentros mediáticos, también a la cabeza por delante de Chicago, Philadelphia, Dallas y Washington. NY es la capital del mundo. LA es Hollywood y, según un reciente estudio, la mejor ciudad estadounidense para las inversiones inmobiliarias de las grandes fortunas del extranjero. Casi en foto finish con el gigante del Este, con el que también sostiene, es inevitable, una eterna pelea deportiva. Sus áreas metropolitanas son las únicas de EE UU con al menos dos equipos de las cuatro grandes ligas (MLB, NFL, NBA y NHL): dos de cada Los Ángeles para un total de ocho (Dodgers, Angels, Rams, Chargers, Lakers, Clippers, Ducks y Kings). Nueve en Nueva York con sus tres de NHL (Yankees, Mets, Giants, Jets, Knicks, Nets, Devils, Islander y Rangers). Desde luego no todos juegan en los respectivos downtown, ni siquiera llevan todos el nombre de la ciudad (ahí están Anaheim New Jersey, Brooklyn...), pero sí se engloban en los únicos mastodontes capaces, en lo popular y en lo económico, de sostener semejantes sobredosis de deporte profesional: las otras ciudades con al menos un equipo en las cuatro grandes son Boston, Chicago, Dallas-Fort Worth, Denver, Detroit, Miami, Minneapolis, Philadelphia, Phoenix, San Francisco y Washington.
De la lista trasciende una relación obvia entre población, capacidad mercantil y buena posición en el mapa de la que apenas se salen una ciudad relativamente pequeña como Denver (unos 600.000 habitantes) y un estado no precisamente populoso como Minnesota. En el reverso, un mercado como el que aglutinan Hartford y New Haven no tiene ninguno ahora (la NHL se fue hace dos décadas) mientras que otro tan exuberante como West Palm Beach no lo ha tenido nunca. Houston, la cuarta por volumen del país, es la ciudad más grande sin representación en el big four (le falla la NHL). Situación en la que estuvo hasta hace dos años Los Ángeles, que se quedó sin NFL entre 1995 y 2016. Desde entonces han vuelto los Rams y los Chargers. Estos últimos juegan en Carson y los dos lo harán en Inglewood a partir de 2020. A nivel de estados, Virginia es seguramente el más importante sin un solo equipo en las grandes ligas, aunque sus habitantes se apañan pegándose escapadas a donde les pille mejor, de Baltimore a Carolina.
Más: de las trece ciudades que tienen equipo en las cuatro grandes competiciones, diez también cuentan con franquicia en la MLS de soccer. Y Miami está en ello gracias al empeño de David Beckham. Pero hasta ahí se separan del resto Nueva York (FC y Red Bulls) y Los Ángeles (Galaxy y FC), con dos equipos cada una. Si el big four se convierte en big six con el soccer y la CFL (Canadian Football League), Nueva York se va a once equipos y Los Ángeles a 10, con la Bahía de San Francisco (incluidas Oakland y San José) en 7 y Chicago en 6. Y más: en cuanto a ligas menores (Triple-A Baseball, Arena Football League, G-League, American Hockey League y USSF Division II), las más representadas vuelven a ser NY (5) y LA (4). Chicago tiene tres.
Así que no hay duda: mientras que ciudades como Buffalo, St. Louis y San Diego siguen siendo las más obvias malditas para los aficionados al deporte (profesional: siempre hay que hacer esta aclaración en EE UU), no hay nada para estos como haber nacido o vivir en las dos megaurbes del Este y el Oeste. Un estudio que trataba de hacer científica esta conclusión metió en la batidora campeonatos y promedio de victorias de los equipos de cada ciudad en los últimos 20 años: mandaba Los Ángeles por delante de Boston, Nueva York y Chicago. Y esos son desde luego los cuatro puntos cardinales del deporte profesional estadounidense, colosos que lo engloban todo y que contrastan con esa relación tan especial que une a algunos equipos con unos mercados de (como mínimo) segundo escalón: los Spurs y San Antonio, los Steelers (mucho más que los Penguins) y Pittsburgh, los Packers y Green Bay... En el histórico total de campeonatos en el big four, Nueva York acumula 54, Boston 37, Chicago 30 y Los Ángeles 25. Otra vez las cuatro protagonistas principales, tres del Este y una del Oeste.
Una vez hecha esta separación y asumido que LA y NY son las grandes capitales del deporte por una aplastante cuestión de volumen y contra, por ejemplo, la custodia sacrosanta de sus tradiciones y dinastías que caracteriza a Boston, la pregunta es cuál de ellas merece, aunque sea subjetivamente, el título de capital estadounidense del baloncesto. Y la respuesta debería ser Los Ángeles, en un arco de hechos que va mucho más allá de lo que llega al público mayoritario europeo (la NBA, básicamente) y que tiene que ver con dónde y cómo late el corazón de cada ciudad. Conviene no olvidar la historia contracultural de Oakland o la tradición universitaria de Philadelphia, que cuenta además con The Pit, una legendaria pista callejera en el oeste de la ciudad. Nueva York presume de los Knicks pero también del instituto de St. John's y del streetball de Rucker Park, en el Harlem del que emanaron los Rens y los Globetrotters, finalmente más hechos sociales en tiempos muy duros que simples equipos de baloncesto. Boston es básicamente el orgullo verde de los Celtics mientras que entre Durham y Chapel Hill se articula la esencial rivalidad Duke-North Carolina.
Pero Los Ángeles es la estirpe ganadora en NCAA de los chicos de UCLA y las chicas de USC. Es una producción constante de talento para el baloncesto profesional, es la leyenda de la Drew League en el circuito callejero y es, por encima de todo, el corazón morado y amarillo de los Lakers. Porque los Yankees son el equipo de Nueva York por delante de los Knicks y su folclórico Madison, los Celtics no se acercan a lo que significan los Red Sox en Boston (ni, en los últimos años, los Patriots) y los Bulls están por detrás de White Sox y Bears por mucho que significaran, que significaron, los dos threepeats de Michael Jordan. Los Ángeles es la única de estas grandes ciudades cuyo eje deportivo es un equipo de la NBA: los Lakers.
O así era, porque los Dodgers (MLB) han sacado tajada de la crisis de aquellos gracias a la irrupción (con 2.000 millones de dólares por delante) hace más de un lustro de un grupo empresarial liderado por, precisamente, el mismo Magic Johnson que ahora trata de hacer que los Lakers vuelvan a ser los Lakers, años después de asegurar que conocía la fórmula para que el equipo de béisbol se hiciera con la bandera de la ciudad. Así, dinero al margen, aseguró la franquicia para su grupo inversor y se puso a hacer honor a su palabra. Los Dodgers, que perdieron las Series Mundiales de 2017 contra los Astros de Houston, habían dado caza hace un año en las encuestas a los Lakers y, con uno en plena bonanza y el otro en su peor bache de siempre, compartían (como mínimo) el corazón de unos angelinos que tardarán en abrazar a los Rams, y no digamos a los Chargers si es que llegan a hacerlo, y que nunca se volverán locos con unos Clippers a los que apenas han mirado con cierta curiosidad durante el mejor lustro de la (sufridísima) historia de la franquicia, aspirante al anillo al ritmo de un sobrenombre finalmente fallido: Lob City. A finales de la pasada primavera, un 36% de los aficionados de la ciudad ponían en primer lugar a los Dodgers por un 35% a los Lakers. Para el resto las migajas: 5% Rams y Galaxy, 6% Kings… y solo un 7% los Clippers, que cuando llegaron desde San Diego (1984) ya iban con retraso: el Doctor Buss había comprado los Lakers y drafteado a Magic Johnson (todo en 1979) y ya tenía avanzada la identificación a nivel global de los Lakers con Hollywood y todo lo que siempre ha pretendido ser Los Ángeles, más en los (híper eficaces) pasquines publicitarios que delante del espejo.
En 2014 la misma encuesta de Loyola Marimount ponía la ventaja de Lakers sobre Dodgers en un 42-35. Estos últimos, a los que Magic y su grupo sacaron del riesgo de bancarrota, cuentan con el sostén tradicionalista del béisbol, que sigue siendo muy importante: en el top 10 de franquicias más valiosas, la NBA solo cuela a Knicks y Lakers, y en el top 30 solo aparecen otras tres: Warriors, Bulls y Celtics. Yankees, Red Sox y los propios Dodgers siguen bien posicionadas aunque, ya se sabe, los millenials (ahora que ya sabemos que siguen viendo deporte pero, sencillamente, de una manera diferente) castigan más a la MLB y a la NFL que a una NBA que mantiene la misma afición entre ellos que entre la generación X que les precedió: el béisbol cae de un 20% a un 16% y el football profesional de un 45 a un 38%. La MLB tiene además las afición más envejecida mientras que la NBA cuenta con un favor cada vez mayor del público femenino y con una mayoría del afroamericano del mismo modo que el latino se decanta por la MLS.
Es decir: la coyuntura actual empuja cada vez hacia arriba a la NBA, y de hecho en Nueva York los Knicks se han puesto más cerca que nunca de los hasta ahora intocables Yankees. Así las cosas, los Lakers casi pueden darse por satisfechos de que después de unos años históricamente horribles, los Dodgers solo les haya igualado y los Clippers ni se les hayan acercado: aunque sus ratings en televisión local experimentaron caídas de más de un 40% tras la retirada de Kobe, seguían siendo más altos que los de unos Clippers que conservaban todavía a Chris Paul y Blake Griffin (1.95 de rating por 1.10). Los Warriors empujan muy fuerte desde el norte de California pero en Los Ángeles late la certeza, como mínimo un susurro, de que bastará una crecida de los Lakers para que vuelva a ser, de las estrellas de la Drew League a las fotografías históricas de UCLA, la gran capital del baloncesto en la Costa Oeste… y en todo Estados Unidos.