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Marco Asensio en el limbo

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Hace demasiado tiempo que lo de Marco Asensio en el Real Madrid es como una fiesta que acaba antes de empezar. Las lesiones y cierta languidez inexplicable fueron apagando demasiado pronto aquel brillo incontestable de sus primeros días de blanco. Los trallazos y aquella claridad para manejarse con una pelota en los pies han acabado siendo solo pequeñas pinceladas en un lienzo con demasiada tela por llenar. Asensio son esas fotos de hace varios veranos que un día te tira a la cara un recordatorio de Google. Esas fotos que a veces duelen. El balear es ahora mismo una obra de arte que nadie puede tocar. Que nadie sabe leer. Un bulto que espera embalado en el almacén a que lo ubiquen en un nuevo museo aún por descubrir.

Hace tiempo escribí que por la cabeza de Marco Asensio debía rondar algún demonio que al resto se nos escapaba. Para explicar lo suyo ya solo quedaba recurrir a lo esotérico. Como esos policías americanos que en la series acuden a los servicios de un médium porque de perdidos al río. Porque el suyo no es un caso de indolencia flagrante, como el de Bale, o de afición a las clases extraescolares, como Cassano. Por mucho que aquello de Ausencio haya calado en el imaginario popular como definición de su enfermedad, lo cierto es que Asensio ha sido cualquier cosa menos ausente en lo que se refiere a pelear por volver a ser el mismo tras su grave lesión. Por activa y por pasiva, ha intentado invocar a aquella versión despampanante de sí mismo pero no ha habido manera.

Ahora Asensio se ha puesto en manos de Jorge Mendes porque quiere más minutos, pero el objetivo, desde luego, parece ambicioso incluso para el mejor tratante del mundo. Es indudable que el jugador tiene talento y mercado, que la confianza intermitente de Luis Enrique jugará a su favor en las negociaciones, pero todo suena a construir la casa por el tejado. Quizá si en el Real Madrid hubiese aprovechado alguna de las cien ventanas que se le han abierto para brillar, quizá si hubiese sido más descarado en el campo, quizá si un Rodrygo aún en pañales no le hubiese comido la tostada… Quizá si todo hubiese sucedido de otra manera los minutos y el ascenso profesional habrían llegado de manera natural. Fácil. Fácil como parecía el fútbol en cada jugada con las que nos asombró en sus inicios.