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Los jóvenes estilistas se calzaron los guantes

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Acostumbrados a citar a la célebre selección junior que ganó el Mundial de baloncesto en 1999, olvidamos con demasiada frecuencia la larga rotación de excelentes equipos juveniles españoles en el concierto internacional, tanto en el ámbito masculino como en el femenino. De aquella generación de jugadores, que tuvieron la virtud de derrotar a Estados Unidos en la final, quedan unos nombres inolvidables y una impactante colección de grandes éxitos en Campeonatos del Mundo, de Europa y Juegos Olímpicos, donde sólo les detuvieron los mejores estadounidenses que la NBA pudiera encontrar: Kobe Bryant, LeBron James, Kevin Durant y compañía.

La generación del 99 (Navarro, Gasol, Raúl López, Felipe Reyes…) sacó a España del erial de los años 90, de varios años de depresión y desesperanza, que alcanzó su punto más bajo en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. De todos los méritos que presidieron la victoria sobre Estados Unidos en 1999, uno de los más importantes fue cambiar el discurso deprimente de aquellos años por uno decididamente optimista.

La selección sub 19 que ganó a Francia en la final no es el producto de una generación espontánea. España es una gran potencia juvenil desde hace tiempo. Algo se está haciendo de maravilla en el baloncesto español, en una época de espectacular crecimiento de este deporte en el mundo. El influjo global de la NBA es cada vez mayor y cada vez es más frecuente la presencia de jugadores europeos en la Liga más prestigiosa del planeta. Es un desembarco constante con un matiz crucial: de las cinco grandes estrellas de la NBA, tres proceden de Europa (Nikola Jokic, Giannis Antetokoumpo y Luka Doncic).

Los sub 19 españoles derrotaron a una muy francesa selección: jugadores extraordinariamente atléticos, grandes, veloces, con un físico ya rematado en la mayoría de ellos. Francia había derrotado a Estados Unidos en la semifinal, garantía de su poder y cualidades. España había deslumbrado por un juego fluido, elegante, rápido, perfectamente coordinado, interpretado por chicos muy inteligentes para jugar y muy listos para detectar los defectos de sus rivales. Aplastaron a Argentina en cuartos de final y a Turquía, que es otro gran productor de talentos jóvenes, en las semifinales.

Los franceses cambiaron el paso a los españoles en la final. Su baloncesto duro, asfixiante, de una fortaleza que impresionaba, apagó las luces del equipo español. De jugar un baloncesto de seda pasó al rudo escenario de los partidos descarnados. No hubo una sola estadística que favoreciera a España. Los jóvenes jugadores españoles entendieron que no era un partido para disfrutarlo. Era un infierno de final y había que adaptarse a las circunstancias.

Casi siempre por detrás, pero nunca lejos de los franceses, que nunca lograron una ventaja sustancial, en buena parte por el excepcional trabajo defensivo de España, con Nogués a la cabeza. Nogués no es una de las estrellas del equipo, pero es un fenómeno defensivo. Nogués mostró el camino a todos. España robó la pelota a los franceses en 18 ocasiones. La perdió tres veces. Quince posesiones más, quince oportunidades más de continuar a un centímetro de Francia. Fue la estadística que España resolvió a su favor y resultó decisiva en la victoria.

Vimos una versión de España que no habíamos percibido en el torneo. Ganó a un gran equipo agarrándose al partido con superglue. De su calidad teníamos todas las noticias. Su carácter competitivo lo demostró en la final. Ahora nos toca seguir y disfrutar de Izan Almansa, Jordi Rodríguez, Villar, Langarita, Baba Miller, De Larrea, Nogués y los demás, alguno de los cuales quizá retome el papel de Pau Gasol, que no fue titular indiscutible en el Mundial de 1999 y luego fue el jugador bandera del baloncesto español durante 20 años.