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Las lágrimas de Umtiti

En Melpignano, a pocos kilómetros de Lecce, se celebra hoy La Noche de la Tarántula. Se trata de una fiesta musical, de tradición en la zona de Apulia —en el talón de Italia— en la que la gente baila al ritmo de la tarantela con gran excitación. Solo así, dice la leyenda, podrán librarse de la locura y la muerte que les acarrea una simbólica picadura de tarántula. Viendo el delirio que provocó anteayer Samuel Umtiti, a su llegada al aeropuerto de Brindisi, se diría que la fiesta había empezado antes de tiempo.

Después de unos años en la Serie B, el Lecce ha vuelto a la primera división, pero dos derrotas en el inicio de la liga han sido una lección de realismo. Ahora la cesión del central francés por parte del FC Barcelona se celebra con esperanzas quizás excesivas; en todo caso, la ilusión parece compartida y, cuando vio el calor con que lo recibían, Umtiti primero sonrió sorprendido y luego rompió a llorar. Uno solo puede imaginar que esas lágrimas lo contenían todo: alegría, miedo, frustración y por fin agradecimiento por un poco de cariño. Los últimos cuatro años deben haber sido un calvario físico y mental para el jugador. Es cierto que el punto de partida es una mala decisión propia, cuando optó por no operarse la rodilla pese al consejo de los médicos y seguir con un tratamiento conservador, pero luego obtuvo poco apoyo del club en los momentos difíciles y se convirtió incluso en un pelele de las decisiones disparatadas del presidente Bartomeu. Su sueldo excesivo y su negativa a cambiar de aires le señalaron como chivo expiatorio de los males del club.

En Lecce, Umtiti respirará tranquilo como mínimo durante un año y ahí podrá jugar para reivindicarse, o no, como el gran central que fue. A pocos días de cerrarse el mercado, su situación no es única. Decenas de jugadores siguen en la cuerda floja —Braithwaite y Mariano, por citar dos casos— y dudan entre ganar dinero en un club grande o jugar en otra parte. Ser o tener. Cabeza de ratón o cola de león: esa es la cuestión.