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La gloria por la mitad de dinero

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El US Open, el tercer major de la temporada de golf, llega este año cargado de morbo. La defensa del título de Jon Rahm ha quedado eclipsada por el reencuentro entre los insurrectos del LIV Golf, el circuito saudí lanzado la pasada semana en Londres con mareantes premios, y los fieles al PGA Tour, el circuito profesional más relevante del calendario. Ya se han entrenado mezclados: Rahm, por ejemplo, ha compartido sesión con los rebeldes Phil Mickelson y Kevin Na. Y desde hoy hasta el domingo competirán por uno de los grandes. Ninguno de los cuatro majors, que tienen organizadores independientes, ha dado continuidad al veto del PGA, así que de momento serán los únicos escenarios donde podrán coincidir, donde podrá verse a los mejores del mundo, de nuevo cara a cara.

Entre esos ‘mejores’ no estará Charl Schwartzel, ganador en el estreno del LIV, simplemente porque no ha logrado el acceso. El sudafricano es un jugador de cierto prestigio, vencedor del Masters de Augusta 2011, pero venido a menos. Su última victoria en el PGA fue en el Valspar 2016. Llegó a ocupar el número seis del mundo, pero ahora anda por el 125. Con esas credenciales, Schwartzel se embolsó 4,75 millones de dólares. Todo ello por tres días de trabajo, que es lo que dura el nuevo evento, que ha suprimido el corte. El mismo fin de semana, Rory McIlroy dio un recital en Canadá, por 1,56 millones… y la etiqueta de mejor jugador del momento. Un mensaje deportivo ante la fuerza del petrodólar. El año pasado, Rahm recaudó 2,25 millones como vencedor del US Open, una cifra golosa, pero lejos de la chequera saudí. La gloria está en juego por la mitad de dinero. Esa es la inquietante realidad en la que navega el golf mundial, sin saber todavía dónde está el puerto de desembarco. De momento, aquí, en el Country Club de Brookline, vuelven a competir todos… menos Schwartzel.