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Bellingham es la coartada para todo

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Cuando un jugador se convierte en coartada para las victorias, derrotas y empates, algo disfuncional ocurre en su equipo. Messi fue la excusa constante en el Barça. Irradiaba tal potencia que generó un conglomerado de poder futbolístico, económico y simbólico que, entre otras consecuencias, conllevó al ocultamiento de la realidad. Tanto el equipo, como el club, utilizaron la ‘coartada Messi’ para evitar responsabilidades y acomodarse. De ninguna manera es el caso de Bellingham en el Madrid, pero sí un aviso para navegantes.

Jude es un fichaje de magnitud histórica, uno de esos futbolistas en condiciones de transformar el recorrido del equipo al que acuda. Su despegue en el Madrid ha sido apabullante, una inaudita combinación de liderazgo, actividad constante, inteligencia, calidad y eficacia en las decisiones dentro y fuera del área. Su nombre ha recorrido los titulares mediáticos desde el primer partido del campeonato, en San Mamés. Los merecimientos son indiscutibles. Se ha hecho acreedor al asombro que provoca.

En este periodo inicial del campeonato y de su breve trayectoria en el equipo, el inglés provoca lecturas similares a las de Messi. El Madrid se explica a través de Bellingham. Es un fenomenal futbolista y una coartada perfecta para extraer al resto del equipo del juicio crítico, con una deriva preocupante. Al calor de Bellingham se vive de maravilla, pero los defectos del Madrid no se corrigen o difuminan detrás del fulgor de su gran figura.

Recién comenzado el partido contra el Rayo, intentó un control casi imposible y terminó tendido en el césped, inmóvil, preocupante señal que instaló en el Bernabéu un silencio sepulcral. Difícil recordar un instante parecido de terror en la hinchada. Por un momento, se asistió a la peor pesadilla del madridismo: la lesión, quizá grave, de su jugador bandera. Durante algo más de un minuto, el tiempo que tomó el médico en asegurarse de que el hombro y el brazo del jugador no sufrían daños serios, el Bernabéu sintió la angustia de la orfandad.

Se han disputado 12 partidos de Liga y la adicción a Bellingham es tan razonable como inquietante. Cuando finalmente se levantó y caminó sin grandes gestos de dolor, el público estalló en una ovación de alivio. Nadie se imagina al Madrid sin el fenómeno inglés, alfa y omega del equipo, vector único de miradas y explicaciones. Esta vez ocurrió en el empate a cero con el Rayo Vallecano, partido sin el acostumbrado gol de Bellingham. Si marca, y es lo más frecuente, la noticia es Jude. Si no marca, también. Siempre es la noticia del día y, por sorprendente que parezca, lo merece.

Detrás de Bellingham hay un equipo que empieza a acostumbrarse a una vida a la sombra del inglés. A estas alturas de la competición, el Madrid no ofrece garantías de fiabilidad, ni su trazo es reconocible. No está empastado, le falta definirse en el capítulo defensivo, en la arquitectura del juego, en el sistema y en la generación ofensiva. Vienen y van jugadores, y ninguno, salvo los intentos de Vinicius por recordar su versión de las dos últimas temporadas, se empeña en destacar, en acompañar al inglés.

El Madrid acosó al Rayo, insistió en su dominio durante todo el encuentro, dispuso de un par de grandes oportunidades y no permitió ninguna en su área. Ancelotti dibujó un 4-4-2, luego un 4-3-3, eligió a Camavinga como mediocentro y luego le colocó de interior, cuando entró Kroos y salió Modric, porque no hay manera de verles juntos. Alaba fue central y, más tarde, lateral. Jugó Joselu y no marcó. Ingresó Rodrygo en el segundo tiempo y tampoco. En definitiva, un Madrid con poco trazo, sin engrasar, que vive pendiente de Bellingham y le sirve de coartada perfecta. No marcó en esta ocasión, pero una vez más se llevó todos los titulares.

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