Aquel paraíso del dopaje
Hoy se cumplen 20 años de las denuncias de dopaje de Jesús Manzano en AS. Para algunos, como los autores del reportaje, parece que fue ayer. Para otros, la mayoría, sonará lejano o desconocido. Como recordatorio basta decir que Manzano hizo entonces un relato descarnado durante cinco días de las prácticas tramposas del pelotón. En las jornadas siguientes, los ciclistas españoles firmaron un manifiesto en contra de su compañero, a excepción de dos, Santi Blanco y Pedro Díaz Lobato, de lo que se deduce que el hábito estaba generalizado. Si censuras al que censura el fraude, es que formas parte de él. Quizá la cosa les suene a algún caso de corrupción actual. Dos decenios después, la pregunta es si mereció la pena.
Hay quienes piensan que aquel testimonio solo hizo daño, que al ciclismo le iba bien mirando a otro lado. Y otros sostienen, entre ellos el propio Manzano, que la intención fue buena, pero que no sirvió de nada, que todo se tapó y el dopaje no tiene remedio. El autor de esta columna, que también lo fue de aquella información, apoya otro parecer. Claro que mereció la pena. De entrada, siempre lo merece denunciar la ilegalidad y la injusticia. Siempre. Luego es verdad que el ‘caso Manzano’ se sobreseyó. Y que la Operación Puerto, nacida de su embrión, no se resolvió adecuadamente. Pero algo sí lograron los dos escándalos: la concienciación del problema. España era un paraíso del dopaje en 2004. Hoy sigue habiendo tramposos, vale, pero hay una sensibilidad social, no siempre acompañada de sensibilidad judicial o política. Hace 20 años no existía una agencia antidopaje, ni una ley propia, ni sanciones de cuatro años, ni pasaporte biológico, ni operaciones policiales, ni el reproche de la calle… Es verdad que todo podría funcionar mejor, ahí está el reto. Pero son avances en una lucha que iniciaron gente como Manzano. Nadie se lo ha agradecido todavía lo suficiente.