Los manes que habitan el Bernabéu

Más difícil todavía. En el 89’ el Madrid perdía 0-1, o sea 3-5 en el agregado. Courtois había salvado varias situaciones difíciles, el City estaba siendo mejor. Guardiola acertó con un cambio arriesgado al retirar a De Bruyne, tocado y sin tino, para sacar a Gundogan, que apretó e inició de inmediato la jugada del 0-1. Ancelotti le dio un vuelco al equipo, retiró su flotador natural, Modric-Casemiro-Kroos, para meter fuerza y disparo con Camavinga, Rodrygo y Asensio. El City estaba ya por dejar pasar el tiempo, sin miedo, seguro. En eso se encendió el interruptor: una cabalgada de Carvajal, centro cruzado, Benzema que devuelve al centro, y gol de Rodrygo.

Ahí se acabó el City, que muy poco antes había estado cerquísima del gol decisivo, salvado en la raya in extremis entre Courtois y Mendy. Pero, como les pasó antes al PSG y al Chelsea, el City se bloqueó, se le cayó la noche encima mientras se desataba el pandemónium. Tardó muy poco en llegar el otro gol de Rodrygo, ese chico al que falta atrevimiento para desbordar pero que tiene gran sentido del gol y es muy certero. Era demasiado tarde, la prórroga se echó encima, pero en ella siguió la inercia hasta el tercero, penalti del que fue víctima Benzema y transformó él mismo. Apunten: tres goles al PSG, cuatro al Chelsea,tres al City.

Aún quedaba rabo por desollar, pero ya nadie creía en otra cosa que no fuera la confirmación de esta nueva victoria mágica del Madrid. Para muchos esto es suerte, pero explicarlo así es desmerecer este extraño fenómeno que esta temporada hemos vivido con más intensidad que nunca. Ya que venimos de la vieja Roma yo lo achacaría a la protección de los manes, de todos aquellos antepasados gloriosos que dejaron sobre ese sagrado solar sus espíritus flotantes y que comparecen cuando equipo y público hacen lo debido para recibir su auxilio. Han sido tres noches inolvidables para darle a Salah lo que quería: al Madrid en la final de París.