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Madrid

Como ya está escrito hace meses en esta columna, Benzema no necesita el Balón de Oro para reivindicarse y, aunque este año no les va a quedar más remedio que dárselo, son otras cosas más importantes las que están haciendo de este jugador leyenda del madridismo. La primera es su profesionalidad: con un estado físico impresionante a los treinta y cuatro años que deja en evidencia a otros futbolistas más jóvenes. Se cuida y vive pensando en su profesión y en la responsabilidad que tiene ahora mismo en este equipo. Ese es el segundo gran reconocimiento que hay que hacerle, el sentido de club: con la marcha de santones como Cristiano y Ramos nadie hubiera apostado a que el liderazgo "soft" de Karim pudiera tirar del carro, sin embargo lo ha hecho mejor que los capitanes anteriores, sin aspavientos ni alharacas, consiguiendo una implicación y una conexión especial con sus compañeros, tanto jóvenes como veteranos.

El tercer prodigio del francés, y seguramente el más importante, es su fútbol: siempre fue un jugador con clase, pero la transmutación en goleador que ha llevado a cabo, sin perder un ápice de imaginación ni plasticidad, y haciendo mejores a todos los futbolistas que tiene alrededor es un misterio propio del mejor alquimista. Aún queda, pero su temporada ya es inolvidable.