Otro terremoto en el deporte
Hace dos años, en este mes de marzo, el mundo entró en una pesadilla sin precedentes recientes con la lucha contra una pandemia global desconocida, que removió todos los cimientos de nuestra sociedad. El coronavirus también trastocó el deporte al completo, con una cascada de suspensiones, aplazamientos, reajustes y protocolos, de los que todavía no se ha recuperado del todo, aunque comienza a ver la luz al final del túnel con cierta normalización de las competiciones. En esas estábamos cuando Vladimir Putin decidió invadir a su vecina Ucrania, con la colaboración de Bielorrusia, y ha puesto otra vez al planeta con un nudo en la garganta, y al deporte, en concreto, patas arriba. Esta vez las medidas sólo afectan a Rusia y a su cómplice, pero paralelamente distorsiona el mapa deportivo.
Después de su tibieza inicial, algo en lo que no ha diferido de su actuación en la pandemia, el COI subió el tono el lunes con un comunicado en el que instaba a las Federaciones Internacionales a excluir a Rusia y Bielorrusia de las competiciones a su amparo. La FIFA y la UEFA, que ya tenían sus decisiones tomadas, fueron las primeras en recoger el guante. Y luego han venido casi todas las demás, más grandes y más chicas, impulsadas por esta recomendación del Comité Olímpico Internacional, que se ha convertido casi en una orden. Ninguna quiere quedarse atrás, y menos después de que el fútbol haya tirado la primera piedra. Deportes tan relevantes como el baloncesto, el atletismo, el tenis, el ciclismo, la natación, el rugby, el voleibol o la vela han puesto a los dos países de patitas en la calle, pero, obviamente, sólo en aquellos campeonatos bajo su tutela. Luego están los eventos privados, y eso es otro cantar. Ahí, los caminos son variados. Mientras la Euroliga, por ejemplo, ha suspendido a los equipos rusos; la ATP y la WTA mantienen vivas a sus estrellas. Tampoco es una decisión fácil, la verdad, porque siempre quedará el debate sobre qué culpa tiene un deportista de las majaderías de sus políticos.