Tres balones al extremo
Lejos del sudor de los resultados, tres destellos me han devuelto el aroma de un fútbol evocado que a veces creo perdido para siempre. Uno: el regreso a la cancha de Christian Eriksen con el Brentford, tras su paro cardiaco de la Eurocopa, gracias a un desfibrilador automático y a una sobredosis de pasión en su corazón, me ha impactado. No se trata de un alarde para divertirse hasta morir, como vislumbró Neil Postman en 1985, sin habernos visto babear entre una barahúnda de series y partidos televisados de todas las ligas del mundo en las plataformas; ni de quitarse de en medio como el futbolista uruguayo suicida, Abdón Porte, que no quiso ser testigo de su propio ocaso, ni de jugarse la vida por capricho. Es una combinación virtuosa entre avances médicos e ilusión por seguir demostrando lo que mejor sabe hacer en la vida. Un cuerpo y un alma recuperados.
Dos: en un ramalazo de otro tiempo, EE UU se llevó a Minnesota un partido contra Honduras clave para ir al Mundial de Qatar. Pensando en congelar a los esforzados centroamericanos en el invierno del Medio Oeste, acabaron ganando 3-0 a 17 grados bajo cero. Quizá esa temperatura no es conveniente para la salud y podría haberse suspendido, pero, en abstracto, dentro de la legalidad, el gesto me pareció entrañable: me recordó que el fútbol ha llegado a ser lo que es porque se juega en todas las canchas y estaciones, por todas las razas y continentes, haga frío o calor, llueva o nieve, con barro, humedad o altura. El balón nos iguala.
Y tres: amigo de los arietes clásicos, servidor, que ya aguanto a duras penas esa otra moda artera del falso 9, andaba estas semanas renegando del 4-3-3 mentiroso con el que nos engañan varios equipos que colocan mediapuntas o interiores en el puesto de los (supuestos) extremos, sin desborde por banda ni centros al área. De repente, vi jugar de azulgrana a Adama Traoré pegado a la cal, poniendo balones a lo Basora, en un Barcelona que, contra el bendito Espanyol, en lugar del pretendido fútbol de toque y valores, se aceleraba cada vez que el extremo internacional buscaba la cabeza del delantero centro. Ahí pensé: hay esperanza.