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Nadal, contra Djokovic y Medvedev

Alguien podría decir que después de haber ganado 20 grand slam este debería haber sido recibido con naturalidad. Pero no. Fue el más celebrado de todos, y no sólo, como si eso no fuera suficiente, por llegar después de un largo parón, que a su edad muchos nos temíamos que se tradujera en su apeadero inevitable del tren de la gloria. No sólo, aunque también. Y no sólo, aunque también de nuevo, porque ese número 21 le hace recordman histórico en la colección de torneos grand slam, con la particularidad de haber ganado al menos dos veces cada uno de los cuatro. El mejor en tierra y bueno en todo.

Pero es que además ha ganado sucesivamente a Djokovic y a Medvedev. Me detendré en el primero, tan eximio tenista como extravagante ciudadano. Este campeonato tuvo como pórtico su tentativa de participar sin vacuna y con mentirijillas en el aeropuerto. Su pugna duró días por las cautelas garantistas del mundo civilizado, pero finalmente rebotó contra la inflexible pared del sentido común. Ha escogido ser bandera de una causa discutible, no sabemos hasta cuándo. Frente a eso, Nadal está con la gran mayoría de los que a falta de mayor causa eligen no molestar ni ser molestados.

El otro al que ganó, el último, fue Medvedev, un perfecto borde. Excelente tenista, pero inaceptable en el mundo del deporte por sus reiteradas actitudes, que no sé si responden a temperamento de niñato consentido o a proyecto errado de hacerse una imagen. En estos tiempos de Putin encampanado me hubiera desagradado mucho que Medvedev ganara en Australia. No diré que esto haya sido como aquel Fischer-Spassky de la Guerra Fría, pero sí que con Nadal ha ganado la visión feliz y correcta que hace del deporte algo que enaltece al hombre. Por tantas cosas esta victoria ha sido tan importante.