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El Zaragoza es una vergüenza

Un Zaragoza sin alma ni sustancia se fue otra vez con el orgullo entre las piernas tras un prodigioso ejercicio de autodestrucción en Anduva. Ante mil zaragocistas que nunca pierden la fe, un Mirandés en cuadro lo desnudó de arriba abajo, con verdadero estrépito. A Juan Ignacio Martínez le entró otro de sus ataques de ‘prudencia’ y el equipo aragonés cosechó en Anduva su tercera derrota consecutiva, y lo que es peor, dio vergüenza ajena, lo que ya es bastante menos admisible.

Pese al triunfalismo oficial, los números hablan por sí solos: el Zaragoza ha perdido cuatro de sus seis últimos partidos y sólo ha ganado uno. Es hora, pues, de que en el club aragonés, empezando por JIM y acabando por el último de los jugadores, sin perder de vista a lo que siguen diciendo en privado Sáinz de Varanda, Lapetra y Cuartero, se dejen de hablar ya de la sexta plaza, del ‘playoff’ y de la dichosa pomada y se centren en conseguir los 50 puntos en los que se cifra la permanencia, no vaya a ser que el final se tuerzan más las cosas y el exceso verbal de Torrecilla acabe en una desgracia superlativa. Y es que no hay más ciego que el que no quiere ver.

Frente a un Mirandés plagado de bajas por el COVID-19, JIM estrenó una disposición con tres centrales y las novedades de Clemente, Lluis López y Eguaras, pero todo se le vino abajo antes del cuarto hora en un error en cadena: una pérdida de Eguaras al iniciar el juego derivó en un centro de Riquelme desde la izquierda que se ‘tragó’ Cristian Álvarez y cabeceó Marqués a bocajarro ante la desatención de Jair y de Clemente. El equipo aragonés había empezado dominando el partido, pero el gol del Mirandés, en su primera aproximación al área, lo cambió todo. El Zaragoza perdió la paciencia y ya no supo cómo meterle mano a su rival. Toda su posesión fue ficticia, improductiva. Y la viva imagen de esa impotencia fue la auto expulsión de Vada por una patada a Capellini en el centro del campo. Un error imperdonable del argentino, al que se le cruzaron los cables y dejó al Zaragoza con diez y cuesta arriba en el minuto 37.

La segunda parte ya fue un absoluto ni quiero ni puedo. Una indignidad mayúscula de un equipo abandonado frente a un Mirandés que fue dueño y señor, que estrelló hasta dos balones en la madera y que pudo haber firmado un triunfo de escándalo.

Las mentiras tienen las patas muy cortas. Especialmente en el fútbol.